ADVERTENCIA: Algunos contenidos de este blog pueden herir la sensibilidad de la gente sin humor o con problemas de tránsito en el tramo final de su orto. La ironía es clave aquí. En caso de intolerancia, consulte a su proctólogo.

viernes, 15 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo VIII.

El precioso sonido de la voz de Ángela se esfumó con un lacónico "gracias". Tardó casi un minuto en dejar el auricular sobre el teléfono. Las sienes le latían como un tambor aporreado con saña. Acababa de hacer algo terrible. Acababa de mentirle a la persona más importante de su vida. Las cosas no se debían hacer así. No, todo estaba mal. "No te preocupes tanto, relájate y prepárate para tiempos mejores", el durmiente entraba de nuevo en escena. Mesándose el bigote de manera compulsiva, pensaba en lo que acaba de hacer. Nada le diferenciaba de un asesino, pues seguramente acaba de provocar la muerte de un hombre. Una persona recta, un defensor de la ley, se había cambiado de bando. "No dramatices, lo hecho, hecho está, ahora espera a recoger la siembra, nada más". ¿La siembra?, ¿qué siembra?, un cadáver era lo que iba a tener que recoger. "No idiota, a ella, será tuya, ya lo fue una vez, ahora será para siempre".

El durmiente consiguió apaciguar su conciencia unas pocas horas, pero las pesadillas que le asediaron el poco de conseguir conciliar el sueño le devolvieron a su cruda realidad. En aquellas pesadillas aparecían Ángela y sus hijas señalándole con el dedo. A sus pies se encontraba Marcos envuelto en sangre y arena. Gritaban de dolor y se abalanzaban sobre él con unas uñas enormes en las manos que desgarraban su uniforme y le provocaban profundos cortes en su piel. Gritó tan fuerte como pudo y se despertó en medio de la empapada cama. "Esto no está bien, todavía puedo arreglarlo", pensó. "Ya es demasiado tarde Pedro, te lo has cargado" replicó el durmiente. "Vete a tomar por culo", soltó sin pensar. Sorprendido porque esas palabras salieran de su boca, se vistió y con el sol ya bien nacido salió a toda velocidad hacia el desierto.

Llegó al borde del barranco, dispuesto a pedir ayuda por radio, pero al asomarse algo había cambiado. Marcos ya no estaba en el interior del montón de chatarra de color rojo. Se encontraba tumbado boca abajo a unos pocos metros del vehículo. Ni siquiera la más simple palabrota pudo materializarse en su mente. Por un momento creyó que caería al suelo, pues sus rodillas, completamente laxas, le hicieron tambalearse como un borracho. La mirada nublada, el corazón desbocado. "Maldita, sea, Pedro, ¿qué has hecho?". No podía ser, las lágrimas brotaron sin control de sus ojos. Una fuerte opresión en el pecho amenazaba con cortarle la respiración, lo brazos comenzaron a hormiguearle. Con la respiración fuertemente agitada, finalmente se desplomó, apoyando el tronco contra la chapa del coche.

Con el paso del tiempo totalmente distorsionado, salió del trance gracias al timbre de su móvil. Era Ángela."¿Qué le vas a decir, que tienes delante al fiambre de su marido?", el durmiente salió de su letargo, "no lo cojas, lo mismo el colega está vivo, lo mismo no la hemos cagado". Asintiendo con la cabeza compulsívamente, se levantó del arenoso suelo. Como un zombie comenzó a bajar dando tumbos por el terraplén. Se acercó hasta los restos. Todavía había un penetrante olor a aceite quemado. Dio un pequeño respingo al ver a otra serpiente al lado del ¿cadáver?. Falsa alarma, el reptil tenía la cabeza reventada. Se agachó y como el que espera un milagro, puso dos dedos sobre el cuello de Marcos. Nada. Le dio la vuelta con la esperanza de que el pulso fuera muy débil, Pero la aparente rigidez del cuerpo no le dio tregua. No respiraba. En la atenazada mano del muerto, su muerto, se encontró con algo que no esperaba, un teléfono.

El durmiente le gritó: "Ahora si que estás jodido, habrá visto que te diste la vuelta y se lo habrá contado a alguien"."Vaya, ahora no somos dos, maldito cabrón" espetó en voz alta el policía. En aquel mismo instante, el móvil de Marcos comenzó a sonar. El susto hizo que perdiera el equilibrio y cayera sobre su trasero. En la pantalla aparecía el nombre de Ángela. "Mierda", acertó a decir cuando la llamada se cortó. Le arrebató el teléfono al muerto y consultó el registro de llamadas. Había llamado a su mujer hacía apenas dos horas. Ahora era el móvil de Pedro el que sonaba. No hacía falta que mirara el número. Sabía quién era.

La opresión en el pecho volvió de nuevo. Sus brazos se quedaron totalmente sin fuerzas. La cabeza le centrifugaba el torrente de ideas e imágenes de aquella situación. "¿Qué puedo hacer?, ¿qué puedo hacer?". "Sólo dos opciones, amigo", contestó resuelta la voz, "solo tienes dos opciones, o haces lo que debes o haces lo que tienes que hacer". Con los ojos repletos de lágrimas comenzó a caminar. " Lo siento, Ángela", se repetía una y otra vez. Y con aquella misma mano que acarició aquel precioso cuerpo, con aquella mano que acarició aquel suave cabello color oro, con aquella misma mano empuñó su arma...

3 comentarios:

Ivan dijo...

Esto cada vez esta más interesante!!!

Belén dijo...

Chic@s!!! Siento deciros que yo al final lo conseguí... jejeje! lo leí todo del tirón la semana pasada... la verdad... no defrauda, seguro que os encanta.

Anónimo dijo...

Entonces ya tiene final y todo?? Bueno, bueno, bueno...
Bien por ti, Belén, nos fiamos de tu buen criterio!
Ese enchufe... no falla... jajaja

BB