ADVERTENCIA: Algunos contenidos de este blog pueden herir la sensibilidad de la gente sin humor o con problemas de tránsito en el tramo final de su orto. La ironía es clave aquí. En caso de intolerancia, consulte a su proctólogo.

martes, 5 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo I.

Siempre había creído que el peor dolor del mundo era el de muelas. Quizás el de un parto podría parecérsele. Sin embargo, siendo él un hombre (un hombretón que diría su madre), sólo podía comparar el inmenso sufrimiento que estaba padeciendo con el que unas cuantas toneladas de muelas infectadas y picadas por la caries provocarían en una sola boca. En su jodida y sangrante boca. No, señores, no, el peor dolor es el que provoca un accidente de tráfico, su accidente de tráfico. Más fácil sería contar las células del cuerpo que no le dolían. Todavía bajo el influjo de la confusión y del posible traumatismo craneoencefálico, apenas si podía concretar que era casi de noche y se encontraba en medio del desierto...Y nada más.

Su coche, su querido Toyota rojo, aquél que compró de tercera mano para ver si le gustaban los todoterrenos antes de convencer a su mujer para adquirir un buen "pepino", se habia convertido en una verdadera celda de acero, plástico y cristal. Silvaba el agua que se apresuraba por escapar del reventado radiador, uniéndose en perfecta armonía con el sonido de la radio que milagrosamente parecía ilesa y con un agudo pitido que seguramente se había encargado de sacarlo de su inconsciencia. Era el avisador acústico del olvido de las luces. ¡Qué paradoja!, teniendo en cuenta que ni tenía luces que alumbraran en aquella creciente oscuridad, dudaba que le quedara algún faro entero, ni tenía puerta izquierda que cerrar para acabar con aquel suplicio.

Con la mente todavía abotargada, comenzó lentamente a hacerse un autochequeo médico con más miedo que interés, a veces es mejor no saber. Lo obvio era que el ojo izquierdo se había convertido en una especie de mandarina o fruta tropical similar y estaba, digamos, poco operativo. La cabeza, a tenor de la altura a la que había quedado el techo tras volcar "nosecuantas" veces, estaba repleta de incipientes chichones latiendo al compás. El hombro izquierdo había sido brutalmente acariciado por el cinturón de seguridad y seguramente su primera fractura de clavícula había llegado por Navidad. La mano derecha parecía en relativas buenas condiciones, obviando los infinitos cortes provocados por la lluvia de pequeños cristales que había recibido todo su cuerpo. Esa medio sana extremidad se encargó de notificarle que había perdido varias piezas dentales. "¡Cojonudo!", pensó, "ahora si que voy a estar bonito". La situación le produjo un atisbo de carcajada que acabó en estentórea tos. Esputos de sangre malva puntearon el desinflado airbag: ¡Joder!, esto no pinta bien...

Pensando inevitablemente en una hemorragia interna, "que daño han hecho las series yanquis de médicos", le susurró la vocecilla que como un narrador le descubría sus propios pensamientos, siguió con su profana exploración. Se aproximó a la zona de más valor para un hombre, sobre todo para él por el uso y abuso que le daba últimamente. Palpó con firmeza: " Puff, todo en orden, parece que tenemos todas las piezas, Marcos, pero no nos pongamos cariñosos" dijo el pequeño narrador. De acuerdo los "dos", prosiguieron hacia las piernas. La izquierda estaba salpicada de sangre pero la podía mover. La derecha... ¡DIIIOOOOOOSSSSSSS!... y con los últimos tentáculos naranjas del sol impresos en la retina, la noche se cernió sobre un inconsciente Marcos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Has empezado fuerte... Sigue, sigue, que al precio que está la literatura esto es un lujo. Dale caña!!

BB

Ivan dijo...

Joder tío, cada día me dejas mas alucinado. Es que le haces a todo.