ADVERTENCIA: Algunos contenidos de este blog pueden herir la sensibilidad de la gente sin humor o con problemas de tránsito en el tramo final de su orto. La ironía es clave aquí. En caso de intolerancia, consulte a su proctólogo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo II.

No tuvo ni una triste oportunidad el despertador de la mesilla. Hacía más de una hora que Pedro se había despertado. Era lo habitual últimamente, esperar a que apareciera poco a poco el puñado de elipses luminosas proyectado en el techo a través de la persiana al alba. Su organizada y prusiana vida se habia visto alterada por el Acontecimiento. A sus cincuenta y cinco años todavía le llamaban "Pedrito". Era el típico tío del que todo el mundo se fiaría. Ni encontrándotelo en un túnel oscuro con un machete en la mano pensarías otra cosa que no fuera que lo necesitaba para untar mantequilla en el pan. Vivía solo en un piso que heredó de sus padres hacia diez años y ni siquiera se había preocupado de cambiar un sólo cuadro. Todo seguía igual, como si el tiempo se hubiera parado en aquellos sesenta metros cuadrados. Sólo una cosa había mancillado aquel lugar, su medalla al mérito policial. Hacía tres años que había evitado una matanza en un atraco a un banco disparando al pirado que pretendía ejecutar a todos los rehenes. Nunca había disparado a nadie en su vida. Es curioso que tenga mérito matar a otra persona, pensaba. Pero eso no era lo que le quitaba el sueño. Era su trabajo e hizo lo que debía. El deber no provoca mala conciencia.

Se afeitó rápidamente tras la ducha. Su unica concesión al presumir fueron unos pequeños tijeretazos en su cano bigote. Un rápido vistazo al brillo de los halógenos en su gran calva para concluír el ritual de acicalamiento matutino y directo al único vicio que se permitía (bueno, eso era antes de...), el café bien cargado. Última comprobación antes de salir a la jungla, revisión concienzuda de puertas, ventanas, grifos, sin dejar escapar el nudo de la corbata y las rayas hechas con tiralíneas de vapor del uniforme. Pistola impoluta y con el seguro, no queremos problemas.

El autobús parecía un microondas. El calor de este verano era especialmente fuerte. A Pedro sólo le preocupaba que el sudor mojara su impecable camisa almidonada y mimosamente planchada. En poco más de quince minutos se apeó en la comisaría.
-¡Pedrito, tienes un mensaje!, le espetó la telefonista nada más cruzar la puerta. ¡Qué extraño!, a él nunca le llamaba nadie a las ocho de la mañana al trabajo. De hecho, no le quedaba familia, a no ser que fuera...Pero no, no podía ser.
-Es de Ángela, parecía urgente pero no me ha dicho nada más.
Un imperceptible temblor se apoderó de su párpado derecho, pero a él le pareció como si le dieran una tremenda bofetada. ¿Cómo se le ocurría llamarle aquí?
-Me ha comentado que si te podías acercar a su casa durante la patrulla.
Hasta una persona tan derecha e imperturbable como Pedro fué incapaz de evitar tartamudear.
-De...de...de...acu...acuerdo.
El sudor se había apoderado de sus axilas y su frente parecía repleta de rocío. Algo malo, muy malo, algo horrible tenía que haber pasado. ¿Se habría enterado?. ¡Mierda!. Si que estaba mal la cosa, si esa palabra era capaz de resonar en su cabeza como el eco en una cueva.

Salío por detrás y se montó en el coche. Su mano temblaba ligeramente y el llavero tintineó contra las llaves. Arrancó y permaneció unos segundos con la mirada perdida. Con esa misma mano temblorosa agarró la radio y acercando el micro a la boca, con tono serio y forzadamente natural rezó su habitual discurso:
- Aquí patrulla veinticuatro, agente Pedro Millán procediendo a realizar la ronda, marcho camino del Espartal, cambio.
Un lejano y aburrido "De acuerdo" fué todo lo que recibió por respuesta. No esperaba más, tenía cosas más importantes de las que ocuparse esa mañana, tenía que ocuparse de ella.

1 comentario:

Ivan dijo...

Come eres tan mamón de dejarnos con esa intriga!!!!