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sábado, 9 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo V.

Cuando abrió la puerta y la vió en albornoz se estremeció. Seguro que ella no notó nada de su terremoto interior. En un segundo su mente fué bombardeada por imágenes de su cuerpo desnudo, de sus preciosos pechos. Tan reales como si los estuviera viendo ahora mismo, como si ahora pudiera acariciarlos, lamerlos, sentir su extrema suavidad... La miró y vió que movía los labios pero no logró escuchar lo que le decía, así que saludó:"Buenos días, Ángela". Juntos pasaron al salón. Ella le ofreció un café y se marchó rápidamente a vestirse. Pedro se quedó sentado en el sofá. Meditabundo y nervioso. No podría aguantar mucho más tiempo de incertidumbre. Ángela apareció de nuevo. A pesar de llevar ropa un par de tallas más grande que la suya (serían probablemente de su marido), la visión le hipnotizó de nuevo y el torrente de imágenes sexuales corrompieron de nuevo su estricta y controlada mente.

-Marcos ha desaparecido-,soltó ella sin anestesia.

-¿Cómo?.

-Que no ha vuelto a casa desde hace dos días. Le he llamado al móvil y no me contesta. Se fué el martes por la tarde no se a dónde. No sabía que hacer, ya sabes que no nos va muy bien.

"Y que lo digas", pensó él. Respiró aliviado, parecía que él no se había enterado de nada.

-¿Y no tienes ni idea de la dirección que tomó?.

- No, sólo sé que se ha llevado el cuatro por cuatro, es posible que fuera por las pistas del desierto a darse una vuelta para despejarse...No sé, lo mismo, lo mismo no quiere volver.

Lo que menos le apetecía era consolarla por aquello, por lo menos consolarla así. Sin saber que decir, el silencio duró poco y ella comenzó a hablar de nuevo:

-Lo siento Pedro. Siento pedirte ayuda en ésto después de lo que pasó. Ya sabes...fue un momento complicado.

El Acontecimiento, si, cómo lo iba a olvidar. Tras prometer que haría lo que fuera salió rápidamente en dirección al desierto. Era una zona algo apartada con pequeños barrancos. Si el cafre de su marido había sido generoso con el acelerador podía fácilmente haberse despeñado. Sorprendentemente se descubrió esbozando una sonrisa. "No estaria mal, ¿verdad?",parecía como si una parte dormida de su cerebro hubiera cobrado vida de pronto, "así sería tuya, toda tuya, ese gilipollas no se la merece". Si hubiera tenido a su compañero de patrulla sentado al lado éste hubiera visto cómo se sonrojaba exageradamente. El "durmiente" siguió con sus tribulaciones: "Te la podrías tirar siempre que quisieras, vivirías como en esas películas románticas, no como ahora, solo como un perro guardián". A punto de abofetearse para volver a la realidad, frenó en seco. Una nube de polvo blanco rodeó el Ford. "Esto no está bien, estas chorradas no están bien" se repetía para sí. "El deber, eso es lo que importa, lo que realmente importa".

Deshecho en sudor, se bajó del coche patrulla. Necesitaba aire, aunque fuera ese jodido aire calentorro. Unos segundos después y justo cuando estaba a punto de abrir la puerta de nuevo, reparó en algo. Como a unos treinta metros había algo tendido en el suelo. Era alargado, como una rama de árbol, pero, lógicamente, el árbol más cercano estaba a cincuenta kilómetros de allí.

Se aproximó contrariado para descubrir que lo que parecía un pedazo de madera era una serpiente muerta. Lo que no esperaba encontrar eran las huellas de un frenazo, posiblemente por evitar inútilmente atropellarla, que giraban a la derecha y se perdían en el borde del camino. Como un gato curioso siguió las marcas hasta el inicio del barranco y miró para abajo.

Allí estaba, el maldito coche rojo. Habia restos por todo el terraplén. Al coche le faltaba una puerta y agudizando un poco la vista vió que había un ocupante en su interior. Era Marcos. Miró fijamente durante unos segundos. El durmiente apareció en escena: "Mira, parece que el muy cabrón está vivo, tiene suerte hasta en ésto, a no ser que...". No, no podía hacer eso. ¿Iba a bajar y pegarle un tiro?, ni de coña. "No hombre, no , pero a lo mejor podría ser que tú nunca hubieras pasado por aquí. Un tío en el desierto, herido, sin agua ni comida no duraría mucho. Los accidentes son así". Dió dos pasos para atrás, en ese momento pareció que Marcos giraba su cabeza hacia dónde él se encontraba, Aterrorizado, Pedro se giró, se montó en el coche y dejando una tremenda estela de polvo, se dirigió a la comisaría.

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