ADVERTENCIA: Algunos contenidos de este blog pueden herir la sensibilidad de la gente sin humor o con problemas de tránsito en el tramo final de su orto. La ironía es clave aquí. En caso de intolerancia, consulte a su proctólogo.

martes, 26 de octubre de 2010

Por toda la retaguardia.


Aunque sea inevitable pensar malamente con tan sugerente título, no por ello va a ser menos cierto que literalmente me han dado por toda la retaguardia. Creía uno que peinando ya las primeras canas se iba a librar de una traicionera y trasera embestida. Así, la buena estrella quiso irse unos instantes de paseo, abandonándome al libre albedrío y dejándome totalmente a merced del infortunio, pasando de tener eso, estrella, a estar estrellado. Con la confusión creada ya en la mente del lector, pues seguro que pensabais que me habían quitado el precinto del cerito o había tenido una cita con el doctor más rápìdo del oeste en enfundarse un guante de látex con vaselina, no quiero liaros más de la cuenta y os narraré si acaso con algún pelo y varias señales (¿?) lo ocurrido.


Pues las señales consistían en un enorme y tremendo triángulo (no recuerdo si isósceles o escaleno pero seguro que no rectángulo) invertido, minuciosamente pintado él en el rugoso pavimento y acompañado por una estupenda señal replicándolo a escala más pequeña pero con la ventaja, si acaso, de ser ésta coloreada y enhiesta verticalmente. Algunos los conoceréis, me refiero a estos bonitos triangulillos, como Ceda el Paso. Pues apostados mi novia y yo en el filo de uno de ellos en las proximidades del Diversia, planeando una dulce velada a eso de las diez y media de la noche, fuimos vilmente atacados por detrás por un tremendo gilipollas que descubrió un superpoder nuestro hasta ahora oculto: la invisibilidad. Efectivamente, el mendrugo no nos tuvo que ver, porque en lugar de frenar, aceleró su Suzuki hasta meterlo debajo de nuestro querido y sufrido Opel Vectra. Y entonces aparecieron los animales.


El primer animal, el borrico que nos atizó. El segundo, el conejo. Y no me refiero al de su novia, ni al de la mía, sino simplemente a que Belén y yo sufrimos el golpe del conejo. Vamos, un "esnucamiento" en toda regla del que todavía quedan secuelas una semana después. El pescuezo se me ha quedado como el de un Airgamboys, más si cabe después del esfuerzo que tuvimos que hacer para recolocar el paraimbéciles, digooo... el parachoques trasero para que no rozara con las ruedas del coche y poder seguir utilizándolo. En fín, que colorín, colorado por el culo nos han dado. Adjunto foto (que no tiene que ver nada con el tema aunque deberíamos tomar nota del gato viendo el percal del tráfico ) para que no os asustéis con tanta letra.


sábado, 16 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo IX.

No se lo perdonaría nunca. ¿Cómo se podía haber quedado dormida?. No dejaba de fustigarse. Su marido desaparecido y ella se duerme cuándo consigue llamarla. Encima Pedro no cogía el teléfono. ¿Dónde demonios estaba?. Tenía un mensaje en el buzón de voz, seguro que era de... En ese mismo momento llamaron al teléfono. Una nerviosa Ángela descolgó apresuradamente.

-¿Diga?

-Hola, buenos días, ¿es usted Ángela Moreno?

-¡Sí, soy yo!

-Le llamo de la jefatura de policía, hemos encontrado a su marido y...

No escuchó una palabra más. Sin molestarse en colgar el teléfono salió corriendo de casa. Veinte minutos después, una hermosa, jadeante y sudorosa mujer se presentaba en la comisaría de Pedro. El comisario la vió entrar. La conocía de vista, una mujer así era difícil de olvidar, aunque fuera en pijama y pantuflas. Lo malo era que no se iba a llevar precisamente un buen recuerdo de su primer encuentro. La recibió en su despacho con gesto serio.

-Siéntese, por favor, señora Moreno.

-Mi...mi marido, ¿dónde está?

-Señora, lo siento, su marido, el señor Marcos Porta... ha fallecido. Intentamos decírselo antes pero...

La noticia fue como si le pasara por encima varias veces un tren de mercancías. Su mente se bloqueó. Aquello no estaba pasando, no, no podía estar ocurriendo. Conteniendo las lagrimas lo que pudo se negó en redondo a aceptar aquello.

-No entiendo, me ha llamado hace un rato, no puede ser...

-Encontraron su cuerpo al fondo del Barranco del Este. Su vehículo se despeñó hace un par de días. No comprendemos algunas cosas y nos gustaría que nos lo aclarara si es posible.

-Entonces, si mi marido se ha despeñado, ¿cómo me ha podido llamar esta mañana?.

-Será mejor que bajemos al depósito, así el forense se lo podrá explicar mejor.

En un viejo montacargas y en sepulcral silencio, bajaron al segundo sótano del edificio. Hacía bastante frío ("hace un frío del carajo", diría su desaparecido esposo), sobre todo en comparación con la calima que reinaba en el exterior. Entraron en una sala en la que todo parecía fabricado de brillante aluminio ("aquí parece que regalan el papel albal", que diría Marcos). Había dos camillas con sus correspondientes bolsas encima cuyo contenido era evidente. El hombre de la bata blanca que se encontraba al fondo, el forense, supuso, les hizo un gesto que suplió al saludo. Se acercó a la primera bolsa y la abrió rápidamente. Ángela se estremeció. Un hombre extraordinariamente parecido a su marido estaba en su interior. "No es él, no es él, él es mucho más guapo, no es...". "Cariño, lo sabes, soy yo" replicó Marcos en su cabeza. En aquél mismo instante la oscuridad se adueño de su interior. Enmudeció sin que al forense le importara mucho aparentemente y comenzó la descripción de su estudio.

-Esta persona presenta múltiples contusiones por todo su cuerpo, destacando una fractura severa de clavícula izquierda y una fractura abierta en la tibia derecha. Ese mismo pie presenta un avanzado estado de gangrena, posiblemente provocada por presión en los tejidos circundantes que...

-Por favor doctor, resuma si es posible- Dijo el comisario con un visible gesto de compasión hacia Ángela, que parecía imperturbable.

-Discúlpenme. Lo curioso, si se puede decir así, es que no falleció por las heridas provocadas por el accidente. Falleció de un shock. Presenta una mordedura de serpiente de cascabel en el tobillo derecho. Es posible que al estar aprisionado entre los restos del vehículo, ésto salvara al señor Porta del efecto del veneno al limitar su propagación. Lamentablemente se liberó y eso le provocó una progresiva parálisis y la muerte en poco tiempo. ("Malditas serpientes hijas de puta" hubiera pensado Marcos de estar vivo.)

Ángela no daba crédito. No podía apenas sostenerse en pie. Se sentía totalmente desamparada. Ni siquiera un rostro conocido que pudiera consolarla. En aquél momento, Pedro irrumpió en sus pensamientos y son la voz crispada por la tristeza le preguntó al comisario por el policía.

-De eso precisamente quería hablarle señora. Encontramos a su esposo gracias al agente Millán, bueno, más bien por el agente Millán.
-No… entiendo.
-Perdimos contacto con él y a través del GPS de su coche localizamos su vehículo al pie del barranco donde cayó su marido. Allí los encontramos a los dos.
-¿Pedro ha estado con mi marido?
-Si señora, pero encontramos, esto..., al agente..., Pedro se...se había disparado en la cabeza con su propio arma.

La oscuridad que había invadido anteriormente su cabeza se hizo insoportable y se adueñó de todo su ser. Se despertó desorientada varias horas después en una cama del Hospital General. Tras asegurar que no sabía nada a la policía, esperó en estado cuasi-catatónico a que le dieran el alta. Al día siguiente, de vuelta a casa en el taxi, recordó que tenía en el móvil un mensaje en el buzón de voz. Y escuchó una inconfundible voz masculina, más pausada de lo habitual, como si de un susurro al oído se tratara: "Ángela, mi vida, soy yo... apenas puedo... moverme, he tenido un… accidente en el… desierto, no te preocupes mi…mi amor, saldré de ésta, te lo juro. Me ha parecido...oír un coche, vendrán a por mí. No... no... no veo el momento de...abrazarte a tí y a...las niñas...perdóname preciosa...perdóname por no saber amarte como...como te mereces...te veo pronto...te quiero..."



FIN

viernes, 15 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo VIII.

El precioso sonido de la voz de Ángela se esfumó con un lacónico "gracias". Tardó casi un minuto en dejar el auricular sobre el teléfono. Las sienes le latían como un tambor aporreado con saña. Acababa de hacer algo terrible. Acababa de mentirle a la persona más importante de su vida. Las cosas no se debían hacer así. No, todo estaba mal. "No te preocupes tanto, relájate y prepárate para tiempos mejores", el durmiente entraba de nuevo en escena. Mesándose el bigote de manera compulsiva, pensaba en lo que acaba de hacer. Nada le diferenciaba de un asesino, pues seguramente acaba de provocar la muerte de un hombre. Una persona recta, un defensor de la ley, se había cambiado de bando. "No dramatices, lo hecho, hecho está, ahora espera a recoger la siembra, nada más". ¿La siembra?, ¿qué siembra?, un cadáver era lo que iba a tener que recoger. "No idiota, a ella, será tuya, ya lo fue una vez, ahora será para siempre".

El durmiente consiguió apaciguar su conciencia unas pocas horas, pero las pesadillas que le asediaron el poco de conseguir conciliar el sueño le devolvieron a su cruda realidad. En aquellas pesadillas aparecían Ángela y sus hijas señalándole con el dedo. A sus pies se encontraba Marcos envuelto en sangre y arena. Gritaban de dolor y se abalanzaban sobre él con unas uñas enormes en las manos que desgarraban su uniforme y le provocaban profundos cortes en su piel. Gritó tan fuerte como pudo y se despertó en medio de la empapada cama. "Esto no está bien, todavía puedo arreglarlo", pensó. "Ya es demasiado tarde Pedro, te lo has cargado" replicó el durmiente. "Vete a tomar por culo", soltó sin pensar. Sorprendido porque esas palabras salieran de su boca, se vistió y con el sol ya bien nacido salió a toda velocidad hacia el desierto.

Llegó al borde del barranco, dispuesto a pedir ayuda por radio, pero al asomarse algo había cambiado. Marcos ya no estaba en el interior del montón de chatarra de color rojo. Se encontraba tumbado boca abajo a unos pocos metros del vehículo. Ni siquiera la más simple palabrota pudo materializarse en su mente. Por un momento creyó que caería al suelo, pues sus rodillas, completamente laxas, le hicieron tambalearse como un borracho. La mirada nublada, el corazón desbocado. "Maldita, sea, Pedro, ¿qué has hecho?". No podía ser, las lágrimas brotaron sin control de sus ojos. Una fuerte opresión en el pecho amenazaba con cortarle la respiración, lo brazos comenzaron a hormiguearle. Con la respiración fuertemente agitada, finalmente se desplomó, apoyando el tronco contra la chapa del coche.

Con el paso del tiempo totalmente distorsionado, salió del trance gracias al timbre de su móvil. Era Ángela."¿Qué le vas a decir, que tienes delante al fiambre de su marido?", el durmiente salió de su letargo, "no lo cojas, lo mismo el colega está vivo, lo mismo no la hemos cagado". Asintiendo con la cabeza compulsívamente, se levantó del arenoso suelo. Como un zombie comenzó a bajar dando tumbos por el terraplén. Se acercó hasta los restos. Todavía había un penetrante olor a aceite quemado. Dio un pequeño respingo al ver a otra serpiente al lado del ¿cadáver?. Falsa alarma, el reptil tenía la cabeza reventada. Se agachó y como el que espera un milagro, puso dos dedos sobre el cuello de Marcos. Nada. Le dio la vuelta con la esperanza de que el pulso fuera muy débil, Pero la aparente rigidez del cuerpo no le dio tregua. No respiraba. En la atenazada mano del muerto, su muerto, se encontró con algo que no esperaba, un teléfono.

El durmiente le gritó: "Ahora si que estás jodido, habrá visto que te diste la vuelta y se lo habrá contado a alguien"."Vaya, ahora no somos dos, maldito cabrón" espetó en voz alta el policía. En aquel mismo instante, el móvil de Marcos comenzó a sonar. El susto hizo que perdiera el equilibrio y cayera sobre su trasero. En la pantalla aparecía el nombre de Ángela. "Mierda", acertó a decir cuando la llamada se cortó. Le arrebató el teléfono al muerto y consultó el registro de llamadas. Había llamado a su mujer hacía apenas dos horas. Ahora era el móvil de Pedro el que sonaba. No hacía falta que mirara el número. Sabía quién era.

La opresión en el pecho volvió de nuevo. Sus brazos se quedaron totalmente sin fuerzas. La cabeza le centrifugaba el torrente de ideas e imágenes de aquella situación. "¿Qué puedo hacer?, ¿qué puedo hacer?". "Sólo dos opciones, amigo", contestó resuelta la voz, "solo tienes dos opciones, o haces lo que debes o haces lo que tienes que hacer". Con los ojos repletos de lágrimas comenzó a caminar. " Lo siento, Ángela", se repetía una y otra vez. Y con aquella misma mano que acarició aquel precioso cuerpo, con aquella mano que acarició aquel suave cabello color oro, con aquella misma mano empuñó su arma...

jueves, 14 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo VII.

Dos noches en el desierto dan para pensar mucho. De hecho, era lo único que podía hacer. Había sido incapaz de llorar en toda su vida. Siempre se lo tomaba todo poco en serio. Ni siquiera cuando fallecieron sus padres soltó una sola lágrima. Sin embargo ahora, con la muerte afilando la guadaña enfrente suyo, lloraba como una magdalena. No por tener miedo a la muerte. Lloraba por haberla cagado. Había jodido su vida, su familia, por tontear con las mujeres. Se odiaba por ello. Sus mujercitas, así las llamaba, su chica y sus pequeñas. Las tres estrellas de su particular firmamento. Se había empeñado en buscar oro fuera de casa cuando estaba sentado encima de una montaña de diamantes. No se lo perdonaría nunca. Y lo peor, Ángela tampoco.

Hacía muy poco que había amanecido. Pronto el calor sería asfixiante. Sin agua que llevarse a la boca, con gusto habría lamido hasta el aceite del cárter si no estuviera atrapado en aquel puto coche. La deshidratación le había regalado un estupendo dolor de cabeza y su visión comenzaba a fallar. Hasta le había parecido ver un coche parado en lo alto del barranco el día anterior. Pero no. Le habrían visto. Alguien le encontraría, seguro. A pesar de que se había hecho el silencio, los oídos le zumbaban y constantemente escuchaba un ruído parecido a un sonajero. Más bien se parecía a un cascabel. "Ja, ja, ja, cascabeles del desierto, no la flipes". En aquel mismo momento notó como si su sangre se helara en la cabeza, la perdida memoria apareció apresuradamente: Eran las tres de la tarde e ibas conduciendo a toda leche por el camino, de repente apareció aquella serpiente de cascabel, frenaste, giraste y lo último que notaste fue esa sensación que tienes al caer al vacío en un sueño.



"¡Maldito bicho!, tenía que haberla reventado". Todo por no atropellar a aquél jodido reptil. Al final, en el fondo, muy en el fondo, tendría que agradecerle el accidente. Se acababa de dar cuenta de la suerte que tenía. A su lado estaban las mejores personas que uno podía tener. Y todo siendo un capullo integral. Pero eso se había terminado. Y casi pudo sentir lo mismo que cuando abrazó a Ángela la primera vez, cuando pudo notar su frágil cuerpo contra el suyo. Saldría de ésta, se arrancaría el puto pie si hacía falta y escalaría esa mierda de terraplén. Se arrastraría cientos de kilómetros por las rocas y la arena para llegar a su hogar si era necesario.

"Los cascabeles otra vez, amigo", rezó la voz, "están justo ahí, a tu lado". Inmediatamente giró su golpeada cabeza hacia la izquierda. Ahí estaba la serpiente más grande que había visto en su vida. Le miraba fijamente a los ojos, desafiándole (o eso le parecía a él) y agitaba sin parar el extremo de su cola ("el puto sonajero", pensó en voz alta). Acojonado era poco para él. "Estate quietecito, amigo, que ya se cansará y se irá por donde a venido. Lo mismo es la que casi matas y la has encabronado, no haces más que encabronar a todo el mundo". "No ayudas, mamón" volvió a decir en voz alta. Pero aquella ruidosa tira de escamas no tenía intención de marcharse. Estaba acechando.

Moviéndose a cámara lenta buscó con la mirada algo que pudiera servirle de arma. "No me lo puedo creer, el coche hecho pedazos y no hay un puto trozo de nada que pueda..." ¡Ahí estaba! Un trozo de palier delantero asomaba por debajo del suelo del Toyota. Lo agarró con firmeza en el mismo instante que el reptil se abalanzaba sobre él. Marcos se lanzó entonces hacia fuera del coche levantando el pedazo de metal y asestando un tremendo golpe a la cabecilla del animal, cayendo éste fulminado en el acto. No pudo disfrutar mucho del triunfo, pues al saltar, la pierna derecha le recordó que estaba aprisionada. Un tremendo chasquido cuya procedencia podía ser de su tibia o quizás del plástico del salpicadero fue el preludio de una descarga de dolor que le recorrió todo el cuerpo. La adrenalina del momento impidió que perdiera el conocimiento de nuevo. Y comenzó a reírse a carcajada limpia.

La escaramuza había conseguido que liberara su pobre pierna de aquella trampa. Con el rostro convertido en una mueca mezcla de locura, dolor y alegría, se arrastró lentamente hacia su nuevo objetivo. Yacía no muy lejos de allí, si tenía suerte, la batería no se habría acabado, llamaría a Ángela, su querida Ángela, su amada Ángela, la cuidaría, la besaría... y sus niñas, sus preciosas niñas...

miércoles, 13 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo VI.

El teléfono apenas sonó una vez y Ángela ya había descolgado. "Nada de nada", eso había dicho Pedro. Seguirían buscando mañana por la mañana. De noche no podían salir a buscar a nadie por aquel abrupto lugar, si es que Marcos estaba por allí. La pena pesaba cada vez más y se le agotaban las excusas para las pequeñas. "Un viaje de trabajo", muy socorrida solución. Cada vez que pronuciaba esa palabra, trabajo, se imaginaba a su marido encima de alguna secretaria. Encima estaba lo de Pedro. Menuda situación. Es muy difícil recurrir a tu amante ocasional para que busque a tu marido. Quizás amante sea una palabra demasiado grande. Ella ya sospechaba de Marcos, pero se hacía la loca por el bien de su hogar ("qué rara estás últimamente, cariño", afirmaría el infiel). Creyó que sería algo transitorio, pero cuando se ama de verdad, basta una pequeña chispa para provocar el peor de los incendios y, al final, se hizo insoportable llevarlo sola.

Y allí estaba Pedro. Fué tan amable aquel sábado. Aparcada en el arcén llorando una de las miles de veces que lloraba por su culpa, paró el coche patrulla al lado del suyo, creyendo que tenía alguna avería mecánica. "Que va, lo mío es una avería del corazón", le dijo entre lágrimas. Cariñosamente, él había pasado su enorme mano por su mejilla: "Nadie debería hacerla llorar". La acompañó a casa. Agradecida, le invitó a pasar y sin saber muy bien cómo, acabaron haciendo el amor ("estuvieron mancillando mi lecho", diría Marcos). Nunca había estado con otro hombre que no fuera Marcos. La ternura de aquel momento, de aquel Acontecimiento, no la alivió precisamente. Más bien todo lo contrario, le hizo recordar más aún sus disecados momentos felices con su marido ("siempre te amaré, aunque te conviertas en una foca, con bigote y todo" solía decir él). Una añoranza imposible de superar, ni siquiera en los brazos de un hombre tan encantador y bueno como Pedro.


Su único encuentro lo cambió todo. Si ella se arrepentía tanto de lo que había hecho, estaba convencida de que antes o después a Marcos le pasaría igual. Todo sería como antes. Se amarían como colegiales para siempre. Así que decidió mirar para otro lado y soportar la carga el tiempo que fuera necesario. Pedro lo comprendería. Iba con su carácter. Lo suyo no había significado nada más que sexo. Un intercambio mútuo de placer en un momento delicado, nada más. Nunca nadie sabría nada de ésto. No se volverían a ver. Pero cuando Marcos desapareció, se vió desamparada. Sabía, todo el mundo lo sabía, que Pedro era el mejor en su trabajo, todo el mundo confiaba en él. Así que esa misma mañana le había llamado. No le defraudó, apareció rápidamente y no puso objeciones en ayudarla. Todo parecía normal, ni rastro de resentimiento. Era un buen tipo.



No se molestó en acercarse a la cocina. No podía comer. Los nervios ocupaban el lugar que le correspondía a la comida que tanta falta le hacía. Le daba igual. Tumbada en la cama, sola, sin poder alargar un brazo para tocar a su Marcos. Sin notar su calor cerca, su acompasada respiración que como una canción de cuna la mecía hasta que se dormía profundamente. No podría soportarlo. Si él faltara, no podría vivir."Yo tampoco", habría dicho sin dudarlo él hace unos años, pero ahora...

sábado, 9 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo V.

Cuando abrió la puerta y la vió en albornoz se estremeció. Seguro que ella no notó nada de su terremoto interior. En un segundo su mente fué bombardeada por imágenes de su cuerpo desnudo, de sus preciosos pechos. Tan reales como si los estuviera viendo ahora mismo, como si ahora pudiera acariciarlos, lamerlos, sentir su extrema suavidad... La miró y vió que movía los labios pero no logró escuchar lo que le decía, así que saludó:"Buenos días, Ángela". Juntos pasaron al salón. Ella le ofreció un café y se marchó rápidamente a vestirse. Pedro se quedó sentado en el sofá. Meditabundo y nervioso. No podría aguantar mucho más tiempo de incertidumbre. Ángela apareció de nuevo. A pesar de llevar ropa un par de tallas más grande que la suya (serían probablemente de su marido), la visión le hipnotizó de nuevo y el torrente de imágenes sexuales corrompieron de nuevo su estricta y controlada mente.

-Marcos ha desaparecido-,soltó ella sin anestesia.

-¿Cómo?.

-Que no ha vuelto a casa desde hace dos días. Le he llamado al móvil y no me contesta. Se fué el martes por la tarde no se a dónde. No sabía que hacer, ya sabes que no nos va muy bien.

"Y que lo digas", pensó él. Respiró aliviado, parecía que él no se había enterado de nada.

-¿Y no tienes ni idea de la dirección que tomó?.

- No, sólo sé que se ha llevado el cuatro por cuatro, es posible que fuera por las pistas del desierto a darse una vuelta para despejarse...No sé, lo mismo, lo mismo no quiere volver.

Lo que menos le apetecía era consolarla por aquello, por lo menos consolarla así. Sin saber que decir, el silencio duró poco y ella comenzó a hablar de nuevo:

-Lo siento Pedro. Siento pedirte ayuda en ésto después de lo que pasó. Ya sabes...fue un momento complicado.

El Acontecimiento, si, cómo lo iba a olvidar. Tras prometer que haría lo que fuera salió rápidamente en dirección al desierto. Era una zona algo apartada con pequeños barrancos. Si el cafre de su marido había sido generoso con el acelerador podía fácilmente haberse despeñado. Sorprendentemente se descubrió esbozando una sonrisa. "No estaria mal, ¿verdad?",parecía como si una parte dormida de su cerebro hubiera cobrado vida de pronto, "así sería tuya, toda tuya, ese gilipollas no se la merece". Si hubiera tenido a su compañero de patrulla sentado al lado éste hubiera visto cómo se sonrojaba exageradamente. El "durmiente" siguió con sus tribulaciones: "Te la podrías tirar siempre que quisieras, vivirías como en esas películas románticas, no como ahora, solo como un perro guardián". A punto de abofetearse para volver a la realidad, frenó en seco. Una nube de polvo blanco rodeó el Ford. "Esto no está bien, estas chorradas no están bien" se repetía para sí. "El deber, eso es lo que importa, lo que realmente importa".

Deshecho en sudor, se bajó del coche patrulla. Necesitaba aire, aunque fuera ese jodido aire calentorro. Unos segundos después y justo cuando estaba a punto de abrir la puerta de nuevo, reparó en algo. Como a unos treinta metros había algo tendido en el suelo. Era alargado, como una rama de árbol, pero, lógicamente, el árbol más cercano estaba a cincuenta kilómetros de allí.

Se aproximó contrariado para descubrir que lo que parecía un pedazo de madera era una serpiente muerta. Lo que no esperaba encontrar eran las huellas de un frenazo, posiblemente por evitar inútilmente atropellarla, que giraban a la derecha y se perdían en el borde del camino. Como un gato curioso siguió las marcas hasta el inicio del barranco y miró para abajo.

Allí estaba, el maldito coche rojo. Habia restos por todo el terraplén. Al coche le faltaba una puerta y agudizando un poco la vista vió que había un ocupante en su interior. Era Marcos. Miró fijamente durante unos segundos. El durmiente apareció en escena: "Mira, parece que el muy cabrón está vivo, tiene suerte hasta en ésto, a no ser que...". No, no podía hacer eso. ¿Iba a bajar y pegarle un tiro?, ni de coña. "No hombre, no , pero a lo mejor podría ser que tú nunca hubieras pasado por aquí. Un tío en el desierto, herido, sin agua ni comida no duraría mucho. Los accidentes son así". Dió dos pasos para atrás, en ese momento pareció que Marcos giraba su cabeza hacia dónde él se encontraba, Aterrorizado, Pedro se giró, se montó en el coche y dejando una tremenda estela de polvo, se dirigió a la comisaría.

viernes, 8 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo IV.

Incomprensión. Incomprensión y estupefacción. Todo aderezado con congelación. ¿Cómo es posible que en plena ola de calor en Julio una persona se encuentre al borde de la hipotermia?. Tras la parada obligatoria provocada por su desmayo, ahora todo era movimiento. Marcos no paraba de tiritar. Las noches en el desierto son frías, eso creía haber escuchado en algún documental, pero seguro que el tío que rodó aquel coñazo no estaba en manga corta y bermudas dentro de un coche hecho una puta mierda y con una pierna atrapada. "Me cago en la puta", repetía sin cesar el pequeño grillo cerebral que le hacía compañía. Su "consuelo de los tontos" era que por lo menos tenía musica. Axl Rose se estaba jodiendo la garganta pegando berridos como un animal en "Welcome to the Jungle". Automáticamente su mente viajó unos cuantos años atrás. Y ella se coló inevitablemente en su mente. Juntos desde el colegio. Eran muchos años ya, demasiados para mantener el interés. Sonaba mal, pero ¡qué cojones!, el mundo estaba lleno de tías buenas que se morían por follar con él. "Eres un capullo", el amiguito invisible hablaba de nuevo,"un capullo y un hijo de puta, que tienes dos niñas". Tenía razón, y precisamente por aquellas dos estrellas no habia mandado todo al carajo.


El esfuerzo por no pensar en aquello no daba sus frutos y encima la puta pierna no dejaba de dolerle. El salpicadero se había convertido en un cepo junto con el pedal del acelerador. El bloque del motor estaba a un par de metros de distancia y seguro que su destrozado pie asomaba por el otro lado del frontal. Cambió sus atormentados pensamientos familiares por los de la posibilidad de que perdiera el pie por la gangrena. ¡Joder, pues si que estamos animados esta noche!. No sabía que hora era, el reloj del coche "murió" en el accidente, ni siquiera si era el mismo día que salió de casa. Ni idea del tiempo que había estado inconsciente. Ni se acordaba de cómo coño se habia dado esa tremenda hostia.


De pronto, a unos diez metros a su izquierda, vio algo, algo que parecía... que parecía... "No , no puede ser, no me jodas, eso no es una jodida luciérnaga". En medio de aquella negra inmensidad, una luz parpadeaba. Era su teléfono. "Mierda, mierda, mierda", la vocecilla tronaba en su cabeza. Tras unos impotentes segundos de contemplación, la luz se apagó definitivamente. Aquella escena se repitió unas cuantas veces aquella noche, hasta que probablemente la batería dijo basta. O hasta que el interesado (o interesada) se cansó de no recibir respuesta. Ella volvió a su mente. Seguro que estaba preocupada. Siempre estaba pendiente de todo, el día que ella no se despertara probablemente este mundo dejaría de girar. Y él se lo agradecía coceándola. Eso sí, sin que ella supiera nada. Y, en sus últimos segundos de necedad, acarició el dedo dónde debería encontrarse un anillo. Un calambre le recorrió el magullado espinazo. ¡Imbécil!, gritó en medio de la nada, ¡eres un puto gilipollas!.



Lo sabía, seguro que lo sabía. Lo habría encontrado en algún bolsillo de su ropa al lavarla. "Hay que ser inútil", le regañó su "otro yo". A lo mejor no caía en la cuenta con un poco de suerte, pero eso era insultar la inteligencia de su mujer. Fijo, fijo que sabía que iba "tapando agujeros" por la oficina. Ahora todo era distinto. El juego secreto había sido descubierto. Sentía vergüenza y pena. Vergüenza por sus hijas cuando supieran que su papá se follaba a todo lo que caminaba. Pena por su esposa. Tan dulce y guapa para todo el mundo menos para él, una diosa era poco para él, un capullo con la crisis de la mediana edad que ligaba con chicas veinte años menores a las que impresionaba con su experiencia. ¡Joder!, gritó, a la vez que golpeaba con furia el volante. El claxon comenzó a sonar estrepitosamente. "Si señor", habló el compañero, "ahora lo acabas de arreglar". Durante un par de horas el claxon, la radio y el avisador acústico se encargaron de finiquitar la batería del coche.

jueves, 7 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo III.

Ni con esas tremendas ojeras que en vano habían intentado eclipsar sus bellos ojos verdes podría decirse que tenía mala cara. Las preocupaciones la consumían un poco cada día, adelgazando algún kilo ("no hay mal que por bien no venga", diría su marido) y restándole parte de su reparador sueño ("ya dormirás en la caja", otra frase típica de él). El obligado alboroto que iba de la mano al preparar un desayuno para dos niñas había dejado paso a un silencio que ya lo quisiera más de un velatorio. Ahora, sola, su cabeza no paraba de trabajar y trabajar. Tras subirse las crías al autobús, se acercó al dormitorio. Se despojó del camisón, dejándolo caer hasta el suelo de madera. El sol no pudo más que dibujar su preciosa silueta, acariciando su contorno con su cálida luz. Tras unos lentos pasos, entró en el baño. El espejo le devolvió una imagen que hasta a ella le pareció hermosa ("estás para mojar pan dos veces", dijo otra vez la voz masculina en su cabeza). A cualquier persona le habría parecido lo mismo. No era precisamente joven, pero si vestida conseguía que los hombres volvieran la cabeza para contemplarla, ahora seguramente caerían de rodillas para adorar su templo.

Mientras el vapor convertía la ducha en una improvisada sauna, ella no dejaba de recordar con melancolía los primeros años de su matrimonio, cuando la felicidad había amurallado su mundo. Cuando cada noche se acostaba con la misma sonrisa que nació al despertarse por la mañana. Cuando él la tocaba con paciencia y ternura. Cuando hablaba con ella a través de sus preciosos ojos color caramelo. Cuando sabía que era la única para él... Cerró bruscamente los ojos y a pesar de que el agua hervía, a ella le pareció por un momento que se había duchado con hielo. Cogió el albornoz y con una toalla secó con mimo su rubia melena. Un poco de crema repartida suavemente por el cuerpo ("me estoy poniendo malo" diría el traidor).

"¡Maldita sea!", masculló. Era imposible sacarse la idea de la cabeza. La imagen de verle con otra mujer. Todo por culpa de aquel nuevo trabajo. La oficina era un hervidero de jovencitas bien vestidas ( "más apretadas que los tornillos de un submarino") y él era un tipo bastante atractivo. Había perdido algo de pelo con la edad, pero tenía planta. Lo que no sabían esas zorras es que era un hombre casado con familia. Lo sabía porque encontró su anillo de casados en el bolsillo de la chaqueta. Seguramente se le olvidó ponérselo al salir del trabajo. Tantas horas extras, tanto trabajo acumulado, tantas mentiras... El mar se desbordó. Ni aquel tupido albornoz pudo contener la marea de lágrimas que regó sus mejillas. Pero ni siquiera en aquel momento dejó de brillar. Era hermosa y eso era inevitable ("para lo que te sirve", espetó el mentiroso). Igual de inevitable era amarle y preocuparse por él. Maldito amor.

Fuera, el sonido de un motor hace que salga de su autocompasión. Le sigue un ruido metálico y varios firmes pasos. Como una adivina, acierta el momento justo en que suena el timbre. Se levanta. Como una adivina ya sabe quién es. Como una adivina sabe qué le dirá él, pero eso no evita que el nudo en el estómago juegue con sus entrañas. La alta silueta del hombre que impaciente espera en el exterior es muy familiar para ella, quizás demasiado.
-Hola, gracias por venir tan rápido.
-Buenos días, Ángela.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo II.

No tuvo ni una triste oportunidad el despertador de la mesilla. Hacía más de una hora que Pedro se había despertado. Era lo habitual últimamente, esperar a que apareciera poco a poco el puñado de elipses luminosas proyectado en el techo a través de la persiana al alba. Su organizada y prusiana vida se habia visto alterada por el Acontecimiento. A sus cincuenta y cinco años todavía le llamaban "Pedrito". Era el típico tío del que todo el mundo se fiaría. Ni encontrándotelo en un túnel oscuro con un machete en la mano pensarías otra cosa que no fuera que lo necesitaba para untar mantequilla en el pan. Vivía solo en un piso que heredó de sus padres hacia diez años y ni siquiera se había preocupado de cambiar un sólo cuadro. Todo seguía igual, como si el tiempo se hubiera parado en aquellos sesenta metros cuadrados. Sólo una cosa había mancillado aquel lugar, su medalla al mérito policial. Hacía tres años que había evitado una matanza en un atraco a un banco disparando al pirado que pretendía ejecutar a todos los rehenes. Nunca había disparado a nadie en su vida. Es curioso que tenga mérito matar a otra persona, pensaba. Pero eso no era lo que le quitaba el sueño. Era su trabajo e hizo lo que debía. El deber no provoca mala conciencia.

Se afeitó rápidamente tras la ducha. Su unica concesión al presumir fueron unos pequeños tijeretazos en su cano bigote. Un rápido vistazo al brillo de los halógenos en su gran calva para concluír el ritual de acicalamiento matutino y directo al único vicio que se permitía (bueno, eso era antes de...), el café bien cargado. Última comprobación antes de salir a la jungla, revisión concienzuda de puertas, ventanas, grifos, sin dejar escapar el nudo de la corbata y las rayas hechas con tiralíneas de vapor del uniforme. Pistola impoluta y con el seguro, no queremos problemas.

El autobús parecía un microondas. El calor de este verano era especialmente fuerte. A Pedro sólo le preocupaba que el sudor mojara su impecable camisa almidonada y mimosamente planchada. En poco más de quince minutos se apeó en la comisaría.
-¡Pedrito, tienes un mensaje!, le espetó la telefonista nada más cruzar la puerta. ¡Qué extraño!, a él nunca le llamaba nadie a las ocho de la mañana al trabajo. De hecho, no le quedaba familia, a no ser que fuera...Pero no, no podía ser.
-Es de Ángela, parecía urgente pero no me ha dicho nada más.
Un imperceptible temblor se apoderó de su párpado derecho, pero a él le pareció como si le dieran una tremenda bofetada. ¿Cómo se le ocurría llamarle aquí?
-Me ha comentado que si te podías acercar a su casa durante la patrulla.
Hasta una persona tan derecha e imperturbable como Pedro fué incapaz de evitar tartamudear.
-De...de...de...acu...acuerdo.
El sudor se había apoderado de sus axilas y su frente parecía repleta de rocío. Algo malo, muy malo, algo horrible tenía que haber pasado. ¿Se habría enterado?. ¡Mierda!. Si que estaba mal la cosa, si esa palabra era capaz de resonar en su cabeza como el eco en una cueva.

Salío por detrás y se montó en el coche. Su mano temblaba ligeramente y el llavero tintineó contra las llaves. Arrancó y permaneció unos segundos con la mirada perdida. Con esa misma mano temblorosa agarró la radio y acercando el micro a la boca, con tono serio y forzadamente natural rezó su habitual discurso:
- Aquí patrulla veinticuatro, agente Pedro Millán procediendo a realizar la ronda, marcho camino del Espartal, cambio.
Un lejano y aburrido "De acuerdo" fué todo lo que recibió por respuesta. No esperaba más, tenía cosas más importantes de las que ocuparse esa mañana, tenía que ocuparse de ella.

martes, 5 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo I.

Siempre había creído que el peor dolor del mundo era el de muelas. Quizás el de un parto podría parecérsele. Sin embargo, siendo él un hombre (un hombretón que diría su madre), sólo podía comparar el inmenso sufrimiento que estaba padeciendo con el que unas cuantas toneladas de muelas infectadas y picadas por la caries provocarían en una sola boca. En su jodida y sangrante boca. No, señores, no, el peor dolor es el que provoca un accidente de tráfico, su accidente de tráfico. Más fácil sería contar las células del cuerpo que no le dolían. Todavía bajo el influjo de la confusión y del posible traumatismo craneoencefálico, apenas si podía concretar que era casi de noche y se encontraba en medio del desierto...Y nada más.

Su coche, su querido Toyota rojo, aquél que compró de tercera mano para ver si le gustaban los todoterrenos antes de convencer a su mujer para adquirir un buen "pepino", se habia convertido en una verdadera celda de acero, plástico y cristal. Silvaba el agua que se apresuraba por escapar del reventado radiador, uniéndose en perfecta armonía con el sonido de la radio que milagrosamente parecía ilesa y con un agudo pitido que seguramente se había encargado de sacarlo de su inconsciencia. Era el avisador acústico del olvido de las luces. ¡Qué paradoja!, teniendo en cuenta que ni tenía luces que alumbraran en aquella creciente oscuridad, dudaba que le quedara algún faro entero, ni tenía puerta izquierda que cerrar para acabar con aquel suplicio.

Con la mente todavía abotargada, comenzó lentamente a hacerse un autochequeo médico con más miedo que interés, a veces es mejor no saber. Lo obvio era que el ojo izquierdo se había convertido en una especie de mandarina o fruta tropical similar y estaba, digamos, poco operativo. La cabeza, a tenor de la altura a la que había quedado el techo tras volcar "nosecuantas" veces, estaba repleta de incipientes chichones latiendo al compás. El hombro izquierdo había sido brutalmente acariciado por el cinturón de seguridad y seguramente su primera fractura de clavícula había llegado por Navidad. La mano derecha parecía en relativas buenas condiciones, obviando los infinitos cortes provocados por la lluvia de pequeños cristales que había recibido todo su cuerpo. Esa medio sana extremidad se encargó de notificarle que había perdido varias piezas dentales. "¡Cojonudo!", pensó, "ahora si que voy a estar bonito". La situación le produjo un atisbo de carcajada que acabó en estentórea tos. Esputos de sangre malva puntearon el desinflado airbag: ¡Joder!, esto no pinta bien...

Pensando inevitablemente en una hemorragia interna, "que daño han hecho las series yanquis de médicos", le susurró la vocecilla que como un narrador le descubría sus propios pensamientos, siguió con su profana exploración. Se aproximó a la zona de más valor para un hombre, sobre todo para él por el uso y abuso que le daba últimamente. Palpó con firmeza: " Puff, todo en orden, parece que tenemos todas las piezas, Marcos, pero no nos pongamos cariñosos" dijo el pequeño narrador. De acuerdo los "dos", prosiguieron hacia las piernas. La izquierda estaba salpicada de sangre pero la podía mover. La derecha... ¡DIIIOOOOOOSSSSSSS!... y con los últimos tentáculos naranjas del sol impresos en la retina, la noche se cernió sobre un inconsciente Marcos.

lunes, 4 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Prólogo.

Llevo mucho tiempo con una historia dando patadas en mi cabeza hasta el punto de quitarme el sueño. La chispa se va tornando de manera fulgurante en hoguera descontrolada y teniendo pocos "megas" en mi castigado cerebro, voy a ir soltando lastre en este mi espacio virtual. No se como acabará esto, espero que lo disfrutéis. Humildemente pido paciencia por los posibles errores gramaticales que seguramente aparecerán, pero uno no es Stephen King o Pérez-Reverte y no se gana la vida escribiendo, así que mi mayor aspiración es que os entretenga y os enganche lo suficiente como para leerlo hasta el final. Quien sabe, lo mismo he descubierto mi vocación o simplemente terminar este "embolao" sirva únicamente para que sólo me quede tener un hijo y plantar un árbol. Iré escribiendo y publicando los capítulos en el blog periódicamente sin poder concretar cúanto significa eso en tiempo. El primero ya está listo. Os dejo que tengo que escribir. Gracias.

domingo, 3 de octubre de 2010

Ya ha llegado el Otoño


Pues eso, ahora se caen las hojas, el pelo, el animo, el agua de los cielos y algun que otro colgajo mas. No dejeis que la depresion se apodere de vosotros, ahora vamos a poder disfrutar de muchos bonitos paisajes. Si teneis oportunidad no dejeis de visitar el Hayedo de Montejo de la Sierra y luego zamparos unos buenos judiones de la Granja en algun restaurante del pueblo, sin olvidar pasar por la pasteleria de Nani al lado del ayuntamiento para pillar unos cuantos Cojonudos y magdalenas de zanahoria (si, de zanahoria), ricas, ricas. Paseando un poco os podriais encontrar con esto:



Pero vamos, que nuestro querido pais esta plagado de sitios perfectos para regalarnos los ojos, si no mirad justo en la frontera de Leon con Asturias, en Caldas de Luna:



Que paseis buen Otoño.