ADVERTENCIA: Algunos contenidos de este blog pueden herir la sensibilidad de la gente sin humor o con problemas de tránsito en el tramo final de su orto. La ironía es clave aquí. En caso de intolerancia, consulte a su proctólogo.

viernes, 27 de mayo de 2011

Semana Santa en Potes I



Con las 24Doce ocupando mi mente y todo mi tiempo no os he podido contar nada de nuestras vacaciones en Cantabria. Estuvimos en el Parador de Fuente Dé una noche, más que nada porque nunca habíamos ido a un Parador y queríamos saber qué se siente. Pues de primeras dolor en el bolsillo, luego placer por dormir en una cama de 2x2 y tener un pedazo mirador y finalmente empacho por tener un desayuno buffet con, entre otras muchas cosas, migas, morcilla con huevos fritos y cosas de esas que nunca desayunarías en tu sano juicio.


Debería haber un endocrino por habitación para controlar a los clientes. En fín, un entripao tras otro que nos cogimos. Alubias con venado para comer en el restaurante el Urogallo (¿de qué me sonará a mí el animalejo éste?), cocido liebanés en El Oso. Chuletón para Belén (aparte de que hizo una amiguita y ahora no hay quien le quite la perra de la perra...)y un sinfín de alegrías gastronómicas.


El plan, a la vista está, era más bien tranquilo. Solemos ir a la montaña a pegarnos palizas andarinas, pero esta vez queríamos descansar en la naturaleza. De hecho, alquilamos un apartamento rural con jacuzzi en ¡el dormitorio!, sí, sí, y con piscina cubierta y sauna (fuera de la casa, claro). Como unos reyes.


Sólo hicimos una ruta en los cinco días que estuvimos, que os contaré después porque tiene para rato, entre otras cosas porque dos días estuvo lloviendo como si no costara. Os pongo un vídeo con el pobre Dacia, que se llevó lo suyo por las pedregosas pistas del lugar. Disfrutamos como enanos haciendo el cafre con el blanquito.




Con el clima un poco revirado chupamos carretera y manta, fuímos a Bejes, un pueblo cerca de la famosa subida a Tresviso, cuya carretera sale del mismo desfiladero de la Hermida. Si creeis que las carreteras de allí son estrechas, es porque no habéis cogido la que sale de este pueblo hacia una ruta de senderismo. Se veía todo el pueblo desde arriba. Cabía el coche de coña, con un barranco al lado que te quitaba la tontería. La pobre Belén sufrió lo suyo, sobre todo cuando llegamos a un paso al que le faltaba un trozo de carretera en la parte exterior. Un subidón. Paseíto por un precioso hayedo, un frío del carajo y vuelta.





El jacuzzi nos dejaba como pulpos apaleados, así que el día antes de volvernos nos fuímos a hacer puertos, pero no como suelo hacerlos yo, a 190 pulsaciones y sudando la gota gorda encima de la bici, si no como los hace la gente con cerebro, en el cochecito y parando a hacer fotos. Subimos el puerto de San Glorio y allí tuvimos un momento de zoofilia (no sería el único).




Eso sí, conseguí dominar a la bestia:




Unas vistas impresionantes desde el mirador de Llesba:




Acabamos llegando a Posada de Valdeón, pueblo ahora más conocido si cabe porque allí vive Jesús Calleja, el desafiador extremo, todo después de recorrer una preciosa carretera por el fondo de un valle.




Estábamos a tiro de piedra de Caín, final-inicio de la famosa Ruta del Cares. Nos comimos unos huesitos y unas nueces (por si no hubiéramos comido suficiente), fotos de rigor y vuelta a la casita.





En fín que vinimos más que reposaos. Me estoy aficionando al pereceo en las vacaciones. Al final van a tener razón y las vacaciones son para descansar...


miércoles, 25 de mayo de 2011

24Doce: El infierno del Norte IV






Pues ya está aquí la última entrega del tostón que os he estado soltando últimamente. Por fín dejó de llover y la presión que tenía (teníamos) encima se fué como las tormentas. Teníamos la vuelta más rápida, que en caso de empate nos daría la victoria, además de contar con una vuelta y pico de ventaja sobre los segundos. La cosa estaba casi hecha. Me vestí con la equipación que habíamos encargado hacía bien poco en memoria de Javier. Era mi pequeño tributo a su memoria. Tan relajado estaba que cuando ví aparecer a Luís por la zona de meta acabando su turno yo estaba a medio vestir. Atropelladamente salí sin guantes y sin abrocharme el casco, pero el Guardia sabiamente me recomendó que me vistiera tranquilo, no fuera a olvidarme algo, vísteme despacio que tengo prisa...




Cuarto Relevo:



Luisito lo había dado todo sabiendo que ya acababa el jodío, así que me pilló en bragas. Salí a toda leche. El suelo no estaba tan pegajoso, así que subí a buen ritmo. La primera curva cerrada me recordó que no tenía más que freno delantero y a punto de morir. El susto me duró poco por lo visto, porque en la primera bajada me tiré como si tuviera los frenos de un fórmula 1. Me marqué un fuera de pista por el sembrado que me puso los pelillos de punta y terminó de finiquitar la nano-micra de compuesto que le quedaba a mis pastillas delanteras. Era gracioso (para el que fuera detrás de mí, no para mí que no me hacía ni puta gracia) ver cómo me dejaba caer por las bajadas con el culo en pompa y buscando el barro más profundo y pegajoso para que absorbiera mi inercia. Aún así no desmonté y me congratuló el ver que había gente con sus frenos funcionando que bajaba más lento, o incluso desmontado, que yo. Eso no evitó que por primera vez me adelantara un tío en la carrera. Para muestra un botón, mis pastillas de freno:




La segunda y última vuelta fué algo más lenta, pues la cadena, abnegada, complaciente y resignada durante más de 20 horas, se rebeló un par de veces y me hizo poner pie a tierra. Eso y que me estuve todo el rato acordando de mi inolvidable compañero de trialeras. Javi me empujó ese culo que me pesaba como el plomo. Esa última vuelta hacia la victoria te la diste tú con mis piernas y mi corazón. Al llegar, Diego y yo estábamos tiernitos. El Guardia también las pasó canutas por lo mismo. El cansancio y la emoción nos hicieron llorar como magdalenas. Al final Carlos se dió una vuelta más y ya estaba todo el pescado vendido. Ducha, comida, lavar la bici, ropa protocolaria del equipo, recoger las carpas y demás... La última ristra de obligaciones. ¡Ya éramos campeones de Madrid!



Las sorpresas, como dicen que ocurre con las desgracias, me vinieron de tres en tres, pues mientras esperábamos la entrega de trofeos en el pabellón cubierto, unos pequeños bracitos rodearon mi cintura y al girarme vi a la última persona que esperaba (pero deseaba) ver. Belén había venido desde Getafe a todo cisco (adelantando coches y todo...me temblaban las piernas, decía) para no perderse este momentazo. Yo no reaccionaba y todos se descojonaban de la cara que se me quedó. Subida al pódium, sonrisa de capullo en la cara y ojillos de cordero degollado para las fotos. La siguiente sorpresa fueron los premios, aunque podían no haberlo sido, a saber: Un paraguas (y no es irónico, real como la vida misma, sería para protegernos del sol que ahora si brillaba en el cielo), una medalla que en realidad era un disco de freno (mejor unas pastillas hombreee...), un CamelBak de un litro de capacidad (¿?) y un trofeo...para los cuatro. Por supuesto que nos regalaron el maillot rojo que pone campeón, pero vamos, que después de la paliza que nos dimos y lo mal que lo pasamos, sin contar con lo que cuesta la inscripción, pues vamos, que nos quedamos un poco...fríos. En fín que como no competimos para ganarnos la vida (si no mal íbamos...) sino para demostrar lo machotes que somos, pues nada, que me dió igual que fueran un poco rácanos. Sólo el pensar que el resto de gente que acabó sólo se llevó una camiseta sufriendo como poco igual que nosotros, te hace apreciar mucho más la situación.








Y el remate fue la entrevista que nos hizo Juan Manuel Montero. Muchos no sabréis quién es. Pues sencillamente es el tío al que todos queríamos imitar al principio de los noventa tras verle en "Al filo de lo imposible" hacer diabluras con una Trek roja por la sierra y por todas las escaleras que se encontraba por el centro de Madrid. Es redactor y probador (más bien exprimidor de bicis) de la revista de ciclismo BIKE (que leo desde hace más de quince años). Me hizo mucha ilusión conocerle, una persona muy agradable y que curiosamente nos dijo que tenía toda su admiración hacia nosotros por haber acabado y ganado aquél infierno. Lo mismo que le dije yo a él al acabar la entrevista. Admiración mútua.



Con mi pegajosa siamesita Belén (y uno que no se deja querer casi...) me largué para mi casa a echarme una siesta de dos horas (que el sueño está contado, no hay que abusar) que me dejó más agilipollado que otra cosa. Eso y a comer y beber como una lima durante dos días. La semana siguiente fué un poco jodidilla por el cansancio, pero aún así no dejé de salir con la bici (vicio que tiene uno). Enrique nos regaló las reparaciones de las bicis, un detallazo, pero aún así las secuelas del barro nos costarán unos cuantos euros a la larga. Pero me dá todo igual, por una vez en mi vida he ganado algo y nada me lo va a fastidiar...



P.D.1: La organización le quiso tangar al otro equipo Enbici unas vueltas, perdiendo momentáneamente la octava posición. Tras un par de reclamaciones por fín se ha solucionado el tema, al César lo que es del César. Enhorabuena.


P.D.2: Gracias a todos los que animásteis, ayudásteis, nos hicísteis reír, acompañásteis y muchos más ...ásteis.



P.D.3: Gracias Patrón por apuntarme voluntariamente a esta tremenda experiencia.



P.D.4: Gracias churri por animarme en todo el bajón y por venir como el Vaquilla por la carretera de Colmenar sólo para verme encima de un cajón con mallas apretadas.



P.D.5: Gracias Javi por hacer de ésta carrera que tanto te gustaba mi carrera también. Va por tí.



El triunfo es tuyo y para tu familia. Un abrazo.




miércoles, 18 de mayo de 2011

24Doce: El infierno del Norte III



Belén aprovechó mi escapada para salir con sus amigas de farra. La llamé a eso de la una de la madrugada para contarle mis penas. Me consoló como buena novia y yo me quedé con mejor ánimo. La hipotermia era sólo un mal recuerdo y me acoplé como pude en el asiento trasero para intentar dormir un poco. Creo que llegué a dormir unos cinco minutos, porque me desperté yo solito de un ronquido. No suelo roncar y mi cuerpo se asusta con el rugido del oso, así que se jodió el dormir. Me acurruqué un rato y al final decidí dejar de hacer el tonto y tomarme algo calentito en la cafetería del polideportivo. Me incorporo y ¡sorpresa!, me pegan dos calambres por la parte posterior de los muslos. Se me quedan las dos piernas como dos alitas de pollo. Con cuidadín estiro las patas sin saber que más tarde descubriría que es un mal endémico de los miembros de mi equipo, todos igualmente acalambrados. Bajo la lluvia (cómo no...) cruzo un mar de barro y me aprieto el cóctel resucita-muertos, a saber: Un té hirviendo y un café con leche escaldador de lenguas y a la postre, ambos, escurribandores intestinales en sólo quince minutos. El chute de teína-cafeína me hace ir casi corriendo hasta la carpa. Los que están allí flipan conmigo porque parezco otra persona distinta. Menudo subidón. Mis luces las está usando Carlos, así que cuando vuelve las monto a toda prisa (luego me acordaría de ello) y me sorprendo a mí mismo ansioso por salir bajo la lluvia. No me importa que ya no tenga guantes ni zapatillas secas. Se ha marchado mucha gente, no quedan casi tiendas de campaña y se ve poco movimiento. Algún tío hecho y derecho abandona entre lágrimas. Vaya tela.

Tercer Relevo:

Una persona que está bajo la carpa con voz cavernosa dice ser el Guardia. Su aspecto es igual, pero no me fío mucho. Sale a hacer su relevo mientras otra persona que se acerca a mí dice llamarse Luís y ser de mi equipo dispuesto a darme su chip, pero yo no lo tengo muy claro porque sólo el blanco de sus ojos destaca sobre el marrón de la totalidad de su cuerpo. Su voz se parece, sí, pues sí, es él. Me coloco la tobillera y enciendo las luces. El frontal dice que si eso, que otro día que ahora no le sale de los cojones encenderse. A grandes problemas, grandes soluciones. Luís me deja su casco con su frontal (después de ajustarle las correas porque según él mi cabeza es más gorda que la suya, no te joe...) y salgo tan rápido que me dejo la luz trasera sin poner. Me paro, la coloco y vuelo sobre el agua como Jesucristo. Voy sin chubasquero a pesar del tormentón, ya no caeré en el mismo error. Poco ha cambiado el camino desde la última vez, más barro, más agua y más roderas no puede haber. Adelanto a otro huevo de gente, voy muy sueltecito y el cóctel parece funcionar de lujo, tanto, que voy tan follado que le pido paso al Guardia sin ni siquiera darme cuenta de que es él hasta que me pega una voz. Un medio gruñido a modo de saludo y yo a lo mío, que no he venido aquí a hacer amigos, je je je. La poca gente que queda dando voltios se comporta estupendamente, apartándose y parándose incluso para dejarme pasar, animándome y preguntando si somos los primeros. Pues sí, hemos aumentado la ventaja sobre los segundos. Muy pero que muy bien.

Dos vueltas muy guapas y rápidas que me doy disfrutando más de lo previsto a pesar de que por las prisas no coloqué firmemente el foco en el manillar y se va girando cada vez que cojo un bache. Me llevo un susto al final porque me quedo sin freno trasero. Las pastillas están muertas. Llego a meta y me encuentro a Carlos en vez de a Borja. Va a hacerse una vuelta porque a partir de las 8 de la mañana (son las 7:30) hay premio para el que dé la vuelta más rápida, así que luego se dará Borja dos seguidas. Pues nada, otra vez a la ducha, a lavar la bici, engrasar, comer, etc... La rutina me sale automáticamente. La luz del sol permite vislumbrar los primeros caretos demacrados de la gente. El hastapollismo es la nota general. Luís se amotina y dice que en el último relevo sólo va a poder dar una vuelta. Yo hago todo lo rápido que puedo mis cuentas matemáticas. ¡Cago en la puta, que me toca otra vez dar dos vueltas y descansando una hora y pico menos!. Pues nada, como no he hecho la mili, me tendré que hacer hombre aquí. Un poco de quesada, un trozo de tarta de manzana del Guardia y otro café para recuperar. Por lo menos es de día y no llueve después de 15 ó 16 horas sin parar. Mis compis del otro equipo van octavos o décimos, no lo tienen claro, a pesar de que algún relevista se ha quedado sobado y las fuerzas de otros comienzan lógicamente a flaquear. De lujo.

martes, 17 de mayo de 2011

24Doce: El infierno del Norte II





Por si el frío y el agua no fueran suficiente, el airecillo que corría era ya la puntilla. Me zampé medio tupper de arroz con atún como si estuviera comiendo langosta. Tanto Aquarius y barritas acaban por saturarte las papilas gustativas de dulce, así que agradecí ese toque salado. Había venido a vernos Chema y su familia. Apareció Robertín, el Ardilla Pedro y algunos más. Apareció el Patrón con mala cara sintiéndose culpable por habernos metido en aquel fregado. Nos lavó las bicis en los relevos, trajo repuestos, un abrigo para mí que dejó Belén en la tienda, nos ayudó a montar las luces...servicio técnico de lujo, vamos. El otro equipo de Enbici formado por el Guardia, Diego, Alberto y Richard iba bastante bien a pesar de haber perdido Alberto su chip personal. Fué un buen susto pues pensábamos que no contaría las vueltas del equipo (por suerte para eso estaba el chip "viajero" del tobillo) pero se quedó sólo en los 10 euros que costaba el perderlo, además de que no te contaba los tiempos parciales de tus vueltas. Yo estaba a punto de salir, con la incógnita de no saber cómo sería eso de montar de noche. Llevaba un frontal en el casco y un foco en el manillar cortesía del Patrón y un mega-súper-foco de los chinos que me dejó Rober el Vagco.


Segundo Relevo :


En la carpa de los relevos nos apiñábamos todos los ciclistas como ovejas en un rebaño. Caía tanta agua que decidí salir con el chubasquero puesto (nunca me lo pongo) y con los guantes y zapatillas de invierno con Gore-Tex. Luis aparece a lo lejos con las luces ya encendidas, la última vuelta se la ha hecho casi de noche. Tenemos que lavar con el agua del bidón el velcro del chip porque se despega el muy mamón. Luis viene roto, hasta la polla más concretamente. Enciendo las luces y al ataque. El trazado parece una piscina olímpica, esquivo dos o tres charcos y enseguida me doy cuenta de que es inútil, me voy a empapar en cien metros. La subida inicial está imposible, aún así no me tengo que bajar y adelanto a tres tíos. Las luces son la leche, sobre todo la de Rober, parece el foco de una moto. Realmente parece que se hace de día. Me voy animando al ver que veo. El guardabarros es un invento, voy sin gafas y no me molesta nada en los ojos. En las bajadas parece que me han cambiado el circuíto. Están llenas de roderas y muy, muy resbaladizo, tanto que tengo que sacar el pie en una curva porque me voy fuera. Tranqui que queda mucho.


La primera vuelta sale muy bien, treinta y seis minutos, pero el foco de Rober se empieza a apagar solo. Juro que cargué la batería, pero algo debe fallar. Comienzo la segunda vuelta bajo una lluvia torrencial. La meta está desierta y la zona de relevos vacía, la gente no sale a rodar ni a animar. El foco dice basta y con las otras luces no veo muy bien. El frontal del casco se baja solo (supongo que de mojarse el soporte) y tengo que levantar la cabeza mucho para que alumbre a algo más que mi rueda delantera. Me meto por los charcos grandes para que el agua me limpie de barro la bici y la transmisión, que chirría resignada con cada vuelta de pedal. Los frenos suenan como una lija contra el metal del disco. Sufro por la pobre bici más que por mí. Arriba hay niebla y sólo veo gotas de lluvia reflejadas en las luces como infinitos proyectiles hacia mi cara. Me recuerda al Halcón Milenario cuando entra en Hiperespacio y las estrellas se convierten en líneas luminosas. A mitad de vuelta la lluvia da una tregua, sudo un huevo con el chubasquero y el vaho que suelto se pasea como humo por mi haz de luz. He adelantado a mogollón de gente que va literalmente pegada al suelo. Me voy acercando a los tres cuartos de hora en esta vuelta, la tensión de no ver la va pagando mi espalda.


Empieza la última vuelta, no hay ni Dios. Voy un poco castaña pero la idea de que es la última vuelta me da algo de alas. La primera subida me hace bajarme por primera vez. Apenas puedo empujar la bici. Me monto de nuevo. No veo a nadie por el camino. Antes de salir corría el rumor de que pararían la carrera a las doce de la noche. Son las once y algo, no consigo ver bien la hora. Subo, bajo, vuelvo a subir, vuelvo a bajar... Nadie... Ni un alma. Me mosqueo bastante. Mi coco empieza a rebelarse.


Muchas veces se me mete una canción en la cabeza cuando voy pedaleando solo. No consigues que salga y vas tarareando mentalmente a veces una única estrofa durante horas. Si mi cerebro hubiera estado apto, hubiera elegido sin duda Strangers in the Night de Frank Sinatra. Le venía al pelo, pero no tenía azúcar suficiente en la chola para chorradas. Me vengo un poco abajo, casi una hora en dar la maldita vuelta, diluviando otra vez y muerto de frío. Las botas parecen dos peceras y los guantes chorrean cada vez que aprieto los frenos. La cadena no falla pero está casi rígida y fricciona tanto que parece que la voy a partir en cualquier momento. Me duele un montón el cuello de levantar la cabeza para apuntar con el frontal. Ahí está la meta y un huevo de gente me empieza a animar. Jooooder que estoy muerto.


No atino a quitarme el chip del tobillo, me tiembla todo. Borja me pregunta: ¿pero cuántas vueltas te has dado?, a tenor del tiempazo que he hecho. Ttttt rrrrr eeeee sssss, le digo. No hay ni un alma en los relevos. Viendo el asunto, decidimos ir sólo a dos vueltas por relevo. Voy a lavar la bici con una tiritona de narices. Encima hay cola, la gente lava la bici a conciencia para meterla en el coche y marcharse a casa. Llego a la carpa y la gente me pregunta pero apenas suelto dos monosílabos. Me voy a la ducha caliente corriendo. Me entono un poco pero me tengo que poner ropa húmeda y mis Merrell están empapadas, ni la carpa ni el palet han podido evitar que se cale mi único calzado seco. Con los pies calados y con el poco calor que había cogido esfumado, me como lo que queda de arroz. La novia de Borja, Virginia, me ve tan mal que me ofrece su coche, mantas y demás. Se lo agradezco, degluto como los pavos y me voy a mi coche a meterme en el saco con la calefacción a tope. Dios qué mal me encuentro.

lunes, 16 de mayo de 2011

24Doce: El infierno del Norte I

Así llaman a la famosa Paris-Roubaix, una carrera de ciclismo que mezcla asfalto y zonas de pavé, lo que viene siendo toda la vida adoquín, con un poco de tierra y que hace que los ciclistas carreteros las pasen putas encima de sus pobres flacas. Pues me descojono yo de esa competición. El verdadero Infierno del Norte se encuentra precisamente en el norte, pero de Madrid, y se llama Moralzarzal. Allí fuímos víctimas de la climatología como nunca, por lo menos por mi parte. No he estado tantas horas en mi vida bajo la lluvia y rodando por el barro encima de la bici como en la pasada edición del Campeonato de Madrid de Resistencia 24Doce. Como comenté en la anterior entrada, yo iba con un equipo con muchas probabilidades de ganar, así que había que dar todo el jugo posible sin dudar. Dejando que los que sabían nos instruyeran, decidimos dar un primer relevo de dos vueltas. Al final serían cuatro los relevos que daríamos, que detallaré más adelante a modo de capítulos para que el chorizo sea más fácilmente digerible.

Gracias a la experiencia del Guardia, que nos envió un correo detallando lo que nos haría falta a nivel de recambios, comida y ropa, me presenté en Moralzarzal con dos pedazo de mochilas repletas de ropa, calzado y guantes, una nevera con comida y bebida y una bolsa con recambios varios. Me costó un huevo llevarlo todo hasta la carpa que amablemente habían montado mis compañeros la tarde anterior porque tuve que aparcar a tomar por saco del polideportivo. Había 800 inscritos, así que imaginaos el volumen de coches y gente que había por allí. El barro ya asomaba por doquier y el cielo estaba más negro que los cojones de un grillo. Mal rollo. El chiringuito era digno de ver. Tres carpas en serie en una cancha de baloncesto, con un palet para poner las bolsas y que no se empaparan con el agua que corría a sus anchas por el suelo, sillas plegables, dos mesitas y un aparca-bicis. Vamos un lujo que no tuvieron la mayoría de los participantes que se tuvieron que conformar con tiendas de campaña clavadas en el barrizal. A las doce comenzaría la prueba y llevaba ya en pie desde las siete de la mañana. En el Duster me preparé el saco de ¿dormir? a sabiendas de que no pegaría ojo. Y todo el pescado estaba vendido. Yo saldría el último en los relevos. Primero Borja, luego Carlos, Luisito y el prenda lerenda.





Primer Relevo:

Borja salió como un Sputnik, dándose dos vueltas, una de ellas en treinta minutos que fué la segunda más rápida del día, como si le persiguiera el cobrador del Frac. Carlos tres cuartas de lo mismo. Luis y yo nos mirábamos un poco acojonados. El circuíto empezaba a degradarse del paso de las bicis y por la caída de varios chaparrones se estaba formando una piscina en la zona de meta bastante chunga. En la carpa hacía una rasca bastante importante. Nerviosito que estaba yo esperando Luís en la zona de relevos. Me tenía que pasar el chip del equipo que llevábamos en el tobillo y que más de uno ya había perdido por el camino al meterse agua y arena en el velcro que lo sujetaba. Apareció bastante marrón. "Cuidado con las bajadas" acertó a decirme entre resoplidos.

Y es que no nos habíamos dado ni una vuelta al circuíto de 12 kms. "Si vamos a darle mil vueltas en 24 horas, nos vamos a hartar" pensé. Salí escopetado, como si fuera una carrera del Open. La primera subida era infernal, barro espeso lleno de rodadas aderezado con varios pasos por tablones de madera empapados que patinaban como hielo. Una zona de subida más tendida, una bajadita con alguna trampa. Bien, bien, vamos adelantando a gente. Segunda bajada más chunga, algún patinazo por las resbaladizas rocas, un tobogán de barro pastoso y resbaladizo que te invitaba a abrazar a algún pino a siniestras si no te tragabas el muro a la diestra. Bien, bien, seguimos adelantando... Pradera convertida en un cenagal, ¡Dios, la bici no avanza!. Los riñones mueven lo que no pueden las piernas. Puffff, sendero muy rápido con alguna curva que te escupe para afuera. Pista con inmensos charcos, otro paso por un tablón que casi me hace pegar el beso del Papa. Más pista, bajadita y último repecho. Más pista y ¡nos sacan de una estupenda pista para meternos por la hierba!. Casi me dá algo. La bici se hunde un palmo en el suelo. Más charquitos y paso por meta. Treinta y dos minutos, no está mal.




Segunda vuelta, mismo atasco en las mismas zonas. Me quito las gafas porque no veo un pijo por las salpicaduras. Llevo los ojos llenos de tierra y mis lentillas quieren vivir en libertad, fuera de la prisión de mis párpados. No veo una mierda y en las bajadas aflojo un poco. Al coronar antes de la segunda bajada difícil me encuentro una ambulancia con la sirena encendida. Un hombre de la organización nos para. Se ha caído un chaval y se ha fracturado la cadera y la cabeza del fémur. Tenemos que esperar a que le saquen en camilla. Para que os hagáis una idea de lo que patinaba el suelo, los enfermeros se caen al suelo con el ciclista encima de la camilla. Muy mal rollo. Tras un par de minutos, nos dejan pasar sólo por una variante para evitar más piñazos. Se me quitan las ganas de correr bajando. Aún así sólo subo cuatro minutos mi tiempo anterior. Le doy el chip a Borja. Ya vamos primeros.

Ahora toca lavar la bici. Empapado y bajo la lluvia cojo ropa seca y me pego la primera de las cuatro duchas que me dí. A la vuelta, sorpresón. Ha venido Miriam, la mujer de Javi, mi Javi. Menudo detalle. Reparto la quesada pasiega que traje para la ocasión, gastamos bromas bajo la carpa para no pensar en lo que nos espera, pues diluvia tela marinera. Con una botella de 1.5l de Aquarius hago Bricomanía y me curro un guardabarros Special Edition que me salvó la vida ocular a pesar de provocar el descojone general. Ni un sólo grano de arena invadió ya mis miopes ojillos en toda la carrera. Monto las luces en la bici y me entero de que el segundo relevo va a ser a tres vueltas. Hago cálculos, me lleva un rato la verdad, y descubro con estupor que me voy a hacer todas las vueltas de noche. ¡Aiiiiinnnnnnnnn!, me quiero ir a mi casa... Y no soy el único. Me salgo del polideportivo con Alberto, que ya va frito, y veo que hay un montón de huecos en el aparcamiento. La gente se ha empezado a marchar de lo mal que está el percal. Acerco mi Dacia-coche-cama casi hasta la misma puerta. Tengo unas tres horas hasta que me toque otra vez salir. Comer bien, beber mejor.

viernes, 6 de mayo de 2011

Previo 24Doce

Sin duda el evento del año y que desglosaré en una espesa, larga e infumable crónica en unos días, que todavía la estoy macerando. Para que no sufráis en demasía, porque me temo que seré bastante brasas con el tema, os voy a regalar una pequeña introducción acerca de esta carrera, la carrera, pues muchos sois profanos en el mountain bike y seguramente no sepáis de qué va la vaina. Desde hace unos años mis compañeros del club la corren en equipos de cuatro personas durante 24 horas, aunque se puede correr en parejas e incluso sólo o únicamente correr doce horas en cualquiera de las modalidades anteriores. Consiste básicamente en dar el máximo número posible de vueltas a un circuíto por el campo (12kms este año) desde las 12 horas del sábado hasta las 12 horas del domingo. Los más avezados os habréis dado cuenta de que entremedias hay unas cuantas horas de noche. Y ahí está la gracia de ésta carrera. No se para a dormir, si vas a disputarla o a superarte a tí mismo, pedaleando en la total oscuridad con luces (que te tienes que traer tú). Vamos, una locura.

Comerás cuando puedas, te tumbarás un rato entre los relevos de tus compañeros, beberás constantemente, limpiaras y engrasarás la bici en los tiempos muertos, te ducharás n veces... Esa será tu rutina durante un día completo. Sufrirás por no ver en la eterna noche. Ante tremendo estímulo, pues yo como que me había negado en redondo a correr esta carrerita. Mi racimo inicial de excusas se reducía casi en exclusiva a que mi miopía y astigmatismo no me permiten ver de noche (aún con lentillas) más que un pobre gato de escayola. El resto son mariconismos típicos de mí: que qué hago yo dando vueltas como un tonto todo el día... que paso calor por el día... que paso frío por la noche... que no consigo dormir... que no tengo ganas de sufrir...

El destino, y el Patrón, es muy caprichoso y sin comerlo ni beberlo me ví comprometido a ir este año. El equipo que ganó el Campeonato de Madrid de Resistencia el año pasado se había desmembrado. Entre cambios de equipo, fracturas de clavícula y otros líos, necesitaban a dos pardillos para completar el cuarteto. Luis y yo fuímos elegidos democráticamente por estar compitiendo este año con Trek. Yo creía que me vacilaban hasta hace escasamente tres semanas porque TODO el mundo conocía mi verdadera aversión a este evento. Pues no, me la metieron y bien (ahora a posteriori me alegro, pero fuí con motivación nula). Iba a gastos pagos, con luces, carpa y demás. Así que haciendo un verdadero ejercicio de constricción me dí por jodido y decidí dar todo lo que tenía por ayudar a ganar el campeonato de nuevo. Lo siguiente y el making of ya os lo contaré más adelante. Solo añadir que para entrenar con calidad me fuí cinco días antes a Potes con Belén a soltar piernas y agarrar unos cuantos kilos a base de cocido liebanés, alubias con venado y demás manjares ligeros aderezados con largas jornadas de jacuzzi. Como un rey.

martes, 3 de mayo de 2011

El retorno de la húmeda alcayata universitaria

En este título pretendo condensar las dos carreras que corrí antes de Semana Santa. La primera fué el campeonato universitario de Madrid. El año pasado quede tercero y este año me las prometía muy felices hasta que me dí cuenta de dos cosas. Primero, que no podía (o eso me dijeron equivocadamente) competir como universitario sin el carnet de deportes (36 euros del ala, vamos un clavo para correr una sóla carrera). Segundo, que el nivel de inscritos era como el de la parrilla del Open de Madrid. Así y con todo llegué a ir quinto hasta que detrás de un arbusto en una curva aparecieron seis maromos de la nada, nos lijaron a mí y a la lapa chupa-ruedas que llevaba detrás y no hubo gónadas a atraparlos. En un circuíto tan abierto y sin gente vigilando era muy fácil atajar, allá cada uno con su conciencia. Para joder un poco más, el pavo que iba renqueando detrás de mí durante tres vueltas sin darme un sólo relevo me adelanta faltando doscientos metros para meta dejándome clavado y con cara de gilipollas. El duodécimo y a casita un poco mosqueado por alguna gentuza que cree que se llama deportista. Adjunto foto del borrico tirando del carro:





Pero el objetivo real del mes era la marcha de Colmenar Viejo. Una ruta que hemos hecho un millón de veces un millón de domingos y que yo me he negado siempre a correr. Pero este año lo quiero correr casi todo, así que a última hora me apunté viendo que no iba a llover como todos los años. La semana anterior quedamos con los que la organizan para reconocer el terreno y vaya si lo reconocimos. Un calor infernal que nos quitamos de encima algunos de manera poco ortodoxa. Alberto se sumergió de cabeza en el primer vadeo con sólo treinta personas mirando y con instantánea inmortal:




Yo tuve más suerte relativamente en el segundo vadeo, pues mi público se redujo a Alonso y Alberto, si bien mi remojón fué completo a excepción de la cabeza y la mano izquierda. Vamos, que me senté en el fondo del río con la bici encima. Los del club de Colmenar me conocen como el tío de los mazapanes porque cuando salí del agua solté : ¡Hostia, que he perdido los mazapanes!, mientras los veía flotando río abajo. Adjunto foto de mi tó flipao sin haber escarmentado:





Con este plan nos presentamos a la carrera con dudas de si correr o no hasta la misma mañana. Ganas cero y fuerzas justas (eso creía yo). Salida despendolada y si me descuído me pongo a tirar en cabeza. Levanto pedal y al tran tran que son 70 kms. Al final bajo de tres horas, llego el 23 de 900 inscritos, me duelen los riñones, me bajo de la bici y zaaaaasssss!!!, latigazo en la espalda. Me quedo tieso con un dolor muy agudo, tanto que no me puedo agachar. Me quedé como una alcayata. Las pasé canutas, el Guardia casi me tiene que montar en la furgoneta, me desmontó la bici y todo. Yo no me pude ni cambiar de ropa ni quitarme las zapatillas empapadas. Muy mal, en fín, cosas de la edad. Hacía casi dos años que no me daba tan fuerte, precísamente en otro maratón. Un par de días de reposo y listo. Adjunto foto del que escribe a punto de merendarse a un pequeñín que al final me devoró a mí, je, je, je...