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lunes, 16 de mayo de 2011

24Doce: El infierno del Norte I

Así llaman a la famosa Paris-Roubaix, una carrera de ciclismo que mezcla asfalto y zonas de pavé, lo que viene siendo toda la vida adoquín, con un poco de tierra y que hace que los ciclistas carreteros las pasen putas encima de sus pobres flacas. Pues me descojono yo de esa competición. El verdadero Infierno del Norte se encuentra precisamente en el norte, pero de Madrid, y se llama Moralzarzal. Allí fuímos víctimas de la climatología como nunca, por lo menos por mi parte. No he estado tantas horas en mi vida bajo la lluvia y rodando por el barro encima de la bici como en la pasada edición del Campeonato de Madrid de Resistencia 24Doce. Como comenté en la anterior entrada, yo iba con un equipo con muchas probabilidades de ganar, así que había que dar todo el jugo posible sin dudar. Dejando que los que sabían nos instruyeran, decidimos dar un primer relevo de dos vueltas. Al final serían cuatro los relevos que daríamos, que detallaré más adelante a modo de capítulos para que el chorizo sea más fácilmente digerible.

Gracias a la experiencia del Guardia, que nos envió un correo detallando lo que nos haría falta a nivel de recambios, comida y ropa, me presenté en Moralzarzal con dos pedazo de mochilas repletas de ropa, calzado y guantes, una nevera con comida y bebida y una bolsa con recambios varios. Me costó un huevo llevarlo todo hasta la carpa que amablemente habían montado mis compañeros la tarde anterior porque tuve que aparcar a tomar por saco del polideportivo. Había 800 inscritos, así que imaginaos el volumen de coches y gente que había por allí. El barro ya asomaba por doquier y el cielo estaba más negro que los cojones de un grillo. Mal rollo. El chiringuito era digno de ver. Tres carpas en serie en una cancha de baloncesto, con un palet para poner las bolsas y que no se empaparan con el agua que corría a sus anchas por el suelo, sillas plegables, dos mesitas y un aparca-bicis. Vamos un lujo que no tuvieron la mayoría de los participantes que se tuvieron que conformar con tiendas de campaña clavadas en el barrizal. A las doce comenzaría la prueba y llevaba ya en pie desde las siete de la mañana. En el Duster me preparé el saco de ¿dormir? a sabiendas de que no pegaría ojo. Y todo el pescado estaba vendido. Yo saldría el último en los relevos. Primero Borja, luego Carlos, Luisito y el prenda lerenda.





Primer Relevo:

Borja salió como un Sputnik, dándose dos vueltas, una de ellas en treinta minutos que fué la segunda más rápida del día, como si le persiguiera el cobrador del Frac. Carlos tres cuartas de lo mismo. Luis y yo nos mirábamos un poco acojonados. El circuíto empezaba a degradarse del paso de las bicis y por la caída de varios chaparrones se estaba formando una piscina en la zona de meta bastante chunga. En la carpa hacía una rasca bastante importante. Nerviosito que estaba yo esperando Luís en la zona de relevos. Me tenía que pasar el chip del equipo que llevábamos en el tobillo y que más de uno ya había perdido por el camino al meterse agua y arena en el velcro que lo sujetaba. Apareció bastante marrón. "Cuidado con las bajadas" acertó a decirme entre resoplidos.

Y es que no nos habíamos dado ni una vuelta al circuíto de 12 kms. "Si vamos a darle mil vueltas en 24 horas, nos vamos a hartar" pensé. Salí escopetado, como si fuera una carrera del Open. La primera subida era infernal, barro espeso lleno de rodadas aderezado con varios pasos por tablones de madera empapados que patinaban como hielo. Una zona de subida más tendida, una bajadita con alguna trampa. Bien, bien, vamos adelantando a gente. Segunda bajada más chunga, algún patinazo por las resbaladizas rocas, un tobogán de barro pastoso y resbaladizo que te invitaba a abrazar a algún pino a siniestras si no te tragabas el muro a la diestra. Bien, bien, seguimos adelantando... Pradera convertida en un cenagal, ¡Dios, la bici no avanza!. Los riñones mueven lo que no pueden las piernas. Puffff, sendero muy rápido con alguna curva que te escupe para afuera. Pista con inmensos charcos, otro paso por un tablón que casi me hace pegar el beso del Papa. Más pista, bajadita y último repecho. Más pista y ¡nos sacan de una estupenda pista para meternos por la hierba!. Casi me dá algo. La bici se hunde un palmo en el suelo. Más charquitos y paso por meta. Treinta y dos minutos, no está mal.




Segunda vuelta, mismo atasco en las mismas zonas. Me quito las gafas porque no veo un pijo por las salpicaduras. Llevo los ojos llenos de tierra y mis lentillas quieren vivir en libertad, fuera de la prisión de mis párpados. No veo una mierda y en las bajadas aflojo un poco. Al coronar antes de la segunda bajada difícil me encuentro una ambulancia con la sirena encendida. Un hombre de la organización nos para. Se ha caído un chaval y se ha fracturado la cadera y la cabeza del fémur. Tenemos que esperar a que le saquen en camilla. Para que os hagáis una idea de lo que patinaba el suelo, los enfermeros se caen al suelo con el ciclista encima de la camilla. Muy mal rollo. Tras un par de minutos, nos dejan pasar sólo por una variante para evitar más piñazos. Se me quitan las ganas de correr bajando. Aún así sólo subo cuatro minutos mi tiempo anterior. Le doy el chip a Borja. Ya vamos primeros.

Ahora toca lavar la bici. Empapado y bajo la lluvia cojo ropa seca y me pego la primera de las cuatro duchas que me dí. A la vuelta, sorpresón. Ha venido Miriam, la mujer de Javi, mi Javi. Menudo detalle. Reparto la quesada pasiega que traje para la ocasión, gastamos bromas bajo la carpa para no pensar en lo que nos espera, pues diluvia tela marinera. Con una botella de 1.5l de Aquarius hago Bricomanía y me curro un guardabarros Special Edition que me salvó la vida ocular a pesar de provocar el descojone general. Ni un sólo grano de arena invadió ya mis miopes ojillos en toda la carrera. Monto las luces en la bici y me entero de que el segundo relevo va a ser a tres vueltas. Hago cálculos, me lleva un rato la verdad, y descubro con estupor que me voy a hacer todas las vueltas de noche. ¡Aiiiiinnnnnnnnn!, me quiero ir a mi casa... Y no soy el único. Me salgo del polideportivo con Alberto, que ya va frito, y veo que hay un montón de huecos en el aparcamiento. La gente se ha empezado a marchar de lo mal que está el percal. Acerco mi Dacia-coche-cama casi hasta la misma puerta. Tengo unas tres horas hasta que me toque otra vez salir. Comer bien, beber mejor.

3 comentarios:

Ivan dijo...

Increíble aventura la vuestra, ahora me da pena no haber estado allí animando un poco y ver el ambiente.

Al año que viene a repetir.

Dave The Rake Goldman (bad to the bone) dijo...

Tenía ganas de empezar a leer la crónica, Moi. No sabía que la caída del chaval del fémur roto había sido tan pronto, pobrecillo. ¡Por cierto, espero que tengas fotos del guarda-acuarius!

Venga, a ver si viene pronto el siguiente relevo...

Moisés dijo...

Ya me hubiera gustado veros a todos allí, pero estaba lejos y con un tiempo de perros. Lo del guardabarros va ser que no. Lo tengo todavía en el trastero pero no tengo apenas fotos de la carrera, he puesto hoy alguna que he encontrado por ahí.