ADVERTENCIA: Algunos contenidos de este blog pueden herir la sensibilidad de la gente sin humor o con problemas de tránsito en el tramo final de su orto. La ironía es clave aquí. En caso de intolerancia, consulte a su proctólogo.

jueves, 14 de octubre de 2010

Cascabeles en el desierto. Capítulo VII.

Dos noches en el desierto dan para pensar mucho. De hecho, era lo único que podía hacer. Había sido incapaz de llorar en toda su vida. Siempre se lo tomaba todo poco en serio. Ni siquiera cuando fallecieron sus padres soltó una sola lágrima. Sin embargo ahora, con la muerte afilando la guadaña enfrente suyo, lloraba como una magdalena. No por tener miedo a la muerte. Lloraba por haberla cagado. Había jodido su vida, su familia, por tontear con las mujeres. Se odiaba por ello. Sus mujercitas, así las llamaba, su chica y sus pequeñas. Las tres estrellas de su particular firmamento. Se había empeñado en buscar oro fuera de casa cuando estaba sentado encima de una montaña de diamantes. No se lo perdonaría nunca. Y lo peor, Ángela tampoco.

Hacía muy poco que había amanecido. Pronto el calor sería asfixiante. Sin agua que llevarse a la boca, con gusto habría lamido hasta el aceite del cárter si no estuviera atrapado en aquel puto coche. La deshidratación le había regalado un estupendo dolor de cabeza y su visión comenzaba a fallar. Hasta le había parecido ver un coche parado en lo alto del barranco el día anterior. Pero no. Le habrían visto. Alguien le encontraría, seguro. A pesar de que se había hecho el silencio, los oídos le zumbaban y constantemente escuchaba un ruído parecido a un sonajero. Más bien se parecía a un cascabel. "Ja, ja, ja, cascabeles del desierto, no la flipes". En aquel mismo momento notó como si su sangre se helara en la cabeza, la perdida memoria apareció apresuradamente: Eran las tres de la tarde e ibas conduciendo a toda leche por el camino, de repente apareció aquella serpiente de cascabel, frenaste, giraste y lo último que notaste fue esa sensación que tienes al caer al vacío en un sueño.



"¡Maldito bicho!, tenía que haberla reventado". Todo por no atropellar a aquél jodido reptil. Al final, en el fondo, muy en el fondo, tendría que agradecerle el accidente. Se acababa de dar cuenta de la suerte que tenía. A su lado estaban las mejores personas que uno podía tener. Y todo siendo un capullo integral. Pero eso se había terminado. Y casi pudo sentir lo mismo que cuando abrazó a Ángela la primera vez, cuando pudo notar su frágil cuerpo contra el suyo. Saldría de ésta, se arrancaría el puto pie si hacía falta y escalaría esa mierda de terraplén. Se arrastraría cientos de kilómetros por las rocas y la arena para llegar a su hogar si era necesario.

"Los cascabeles otra vez, amigo", rezó la voz, "están justo ahí, a tu lado". Inmediatamente giró su golpeada cabeza hacia la izquierda. Ahí estaba la serpiente más grande que había visto en su vida. Le miraba fijamente a los ojos, desafiándole (o eso le parecía a él) y agitaba sin parar el extremo de su cola ("el puto sonajero", pensó en voz alta). Acojonado era poco para él. "Estate quietecito, amigo, que ya se cansará y se irá por donde a venido. Lo mismo es la que casi matas y la has encabronado, no haces más que encabronar a todo el mundo". "No ayudas, mamón" volvió a decir en voz alta. Pero aquella ruidosa tira de escamas no tenía intención de marcharse. Estaba acechando.

Moviéndose a cámara lenta buscó con la mirada algo que pudiera servirle de arma. "No me lo puedo creer, el coche hecho pedazos y no hay un puto trozo de nada que pueda..." ¡Ahí estaba! Un trozo de palier delantero asomaba por debajo del suelo del Toyota. Lo agarró con firmeza en el mismo instante que el reptil se abalanzaba sobre él. Marcos se lanzó entonces hacia fuera del coche levantando el pedazo de metal y asestando un tremendo golpe a la cabecilla del animal, cayendo éste fulminado en el acto. No pudo disfrutar mucho del triunfo, pues al saltar, la pierna derecha le recordó que estaba aprisionada. Un tremendo chasquido cuya procedencia podía ser de su tibia o quizás del plástico del salpicadero fue el preludio de una descarga de dolor que le recorrió todo el cuerpo. La adrenalina del momento impidió que perdiera el conocimiento de nuevo. Y comenzó a reírse a carcajada limpia.

La escaramuza había conseguido que liberara su pobre pierna de aquella trampa. Con el rostro convertido en una mueca mezcla de locura, dolor y alegría, se arrastró lentamente hacia su nuevo objetivo. Yacía no muy lejos de allí, si tenía suerte, la batería no se habría acabado, llamaría a Ángela, su querida Ángela, su amada Ángela, la cuidaría, la besaría... y sus niñas, sus preciosas niñas...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Llegados a este punto creo que vendría bien un poco de feedback por parte de tus lectores: la historia está de lo más entretenida y me imagino que la trama da para mucho todavía. Estamos aún empezando a conocer a los personajes y sus circunstancias y esto promete ser mucho más...
Personalmente me está gustando un montón así que espero que nos regales algún número extra del folletín (que por muy gracioso que suene no deja de ser un subgénero literario, element@s, jajaja) de vez en cuando; para compensar que nos has tenido a palo seco en el puente, y el lunes fue laborable para muchos, jaja. A ver si Belén consigue interceder por todos nosotros... ;-)
Ah!, y ve pensando en el copyright que lo mismo algún espabilado hace la peli y tú viéndolas venir... ;-D

Saludos

BB

Moisés dijo...

Pues lamento decir que va a ser una "novelilla corta". Podría alargarla bastante, pero de momento no me veo capaz de semejante fregado. Con el tiempo seguro que se convierte en "larga".
Me alegro de que os guste. Espero que no os decepcione el final, que está muy próximo...