Me he tirado muchísimos años de mi vida siendo el peor cliente que pudiera tener un peluquero. Melenudo durante más de diez años, pisando estos establecimientos esquiladores si acaso una vez al año, no es que haya contribuído precisamente a la expansión y enriquecimiento de los pobres fígaros. Es más, a pesar de que la madurez, los jefes de los trabajos, las incipientes entradas y las marañas de cabellos afanosas por taponar el desagüe de mi ducha me hicieron literalmente cortarme la coleta, me resistí a darles de comer y me dediqué a auto-raparme el melón con una maquinilla eléctrica. Uno, que es de cara y cuello fino, tuvo que sucumbir al final a entrar en uno de estos locales debido a las sucesivas escabechinas capilares que hacían que pareciera un pobre judío de Auschwitz. El elegido fué Ramón, un profesional recomendado por mi hermana y que se ha encargado de mi cuidado capilar durante los últimos años.
Este hombre te dedica una hora entera, dándote palique, ofreciéndote refrescos, incluso dejándote una PS2. Yo nunca he tenido huevos a usarla, más que nada porque tener a una persona detrás con una cuchilla, unas tijeras afiladas por láser o cualquier otro utensilio áltamente hostil y tú moviéndote de un lado para otro porque te están fundiendo en el Call of Duty, como que no es de recibo. Aún así te hace sentir casi como en tu casa, por lo menos hasta ahora. No es que me haya dejado el pelo como un Cristo, ni que me haya cortado ni nada de eso. No fué algo mucho peor.
Estaba terminando su obra maestra, porque domar todos los remolinos que adornan mi apepinado cráneo no es tarea fácil, cuando me soltó la siguiente lindeza: ¿Quieres que retoquemos las cejas?. Mi careto lo tuvo que decir todo: ¿Eiinnnn?. ¿Cómo que retocarme las cejas?, ni que tuviera las de Salvador Dalí. Ya bastante mal llevo que mi flequillo cada vez sea más escaso y mi frente crezca de tal manera que cada vez tarde más en lavarme la cara por las mañanas como para preocuparme por las cejas. Me fijé en el espejo, escudriñando mis pobladas tiras horizontales de pelo. Mientras maldecía por no tener el mismo grosor de cabello en la parte superior de mi cabeza, observé que efectivamente digamos que asomaban por entre la maleza varias cañas de pescar. Largos pelos, como los que tenían mis abuelos y que ahora estaban jodiéndome la marrana a mí, un jovencito de 34 años.
Allí, en ese mismo momento, comenzó un seminario acerca de las vellosidades masculinas. Que si a mí me salen pelos en las orejas, que si me asoman pelos por la nariz que parecen las patas de una araña... Un rosario de detalles capilares que me dejaron hecho polvo. Es cierto que cada vez tengo que podar más mis fosas nasales. Además hace unas semanas Belén me dijo que tenía algún pelillo un poco largo en las orejas. Vamos, que según ella parece que tengo las orejas como las de un Lince Ibérico (adjunto foto por si alguien no sabe cómo son). Pero lo peor fué cuando me descubrió unos nuevos inquilinos en mi región dorso lumbar, más conocidos como pelos en la puta espalda. Lo que me faltaba. Yo que me depilo por completo el cuerpo, ahora voy a parecer un jodido erizo. Pues que bien. En fín que me doy por fucked. La edad no perdona, eso dicen, así que ajo y agua (y si eso unos tomates y me hago un gazpacho). Saludos a todos.
