El naranja amanecer se deshilacha en sus últimos estertores.
Silenciosamente cruza el Rey a través de la persiana.
Dibuja en tu cuerpo redondas monedas de brillante oro.
Ignorantes mis yemas que pasean por tus dunas ajenas a su fortuna.
Con la enorme ventura que a tu lado es yacer.
Recién nacidos los ojos que te contemplan.
Dichosos pues no todos a una Reina pueden admirar.
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