Sin apenas ánimos en el bolsillo para mi chica conseguí, después de sobornarla con un exquisito bocadillo de "embutido-mix", seguir un poquito más, logrando llegar hasta la escurridiza caseta. Escurridiza como el empapado y arcilloso suelo que hizo perder el contacto simultáneo de ambos pies con el terreno a mi abnegada novia, pegándose ésta una buena costalada de la que únicamente se libró su hombro derecho. Tras la obligada inspección ocular y "palpar" por mi parte y viendo que no había que lamentar daños severos más que un rasponcillo en la rodilla y algún que otro dolor latiente, seguimos raudos hacia arriba.
Allí vimos por fín el canal que debíamos seguir a través de los túneles (alguno de 400 metros de longitud) que nos llevarían a los nacientes de Marcos y Cordero, punto final de nuestra ruta. Con nuestros flamantes frontales fuimos avanzando agachados por la oscuridad.
Por la oscuridad y por el agua, porque uno de los últimos tenía casi cascadas cayendo del techo.
Y así se explica uno porqué aquello está tan verde.
Entre fotos y paradas a mirar el impresionante barranco que teníamos al lado y que poco a poco estaba siendo devorado por la niebla, tardamos dos horas en volver a la caseta de información.
Con mucho cuidado y con las piernas empezando a doler comenzamos el descenso hasta el coche. Mucho patinaje artístico pero sin incidencias y con estampas impresionantes como la que sigue.
En fin, una paliza que Belén aguantó como una jabata a pesar de llevar meses sin salir al monte. Sin duda, esta ruta está en el top 5 de las más bonitas que he hecho en mi vida. IMPRESIONANTE.